El 13 de mayo de 1939 más de 900 judíos abandonaron
Alemania a bordo de un crucero de lujo, el SS St Louis. Esperaban llegar
a Cuba y de ahí viajar a Estados Unidos, pero algo en el camino salió
mal. En La Habana los mandaron de vuelta a Europa, donde más de 250 de
ellos acabarían muertos por los nazis.
"Realmente era algo
impresionante ir en un crucero de lujo", dice Gisela Feldman. "La verdad
es que no sabíamos a dónde nos dirigíamos, o cómo nos las arreglaríamos
cuando llegásemos", añade.
A sus 90 años, Feldman todavía
recuerda con claridad las emociones que sintió al los 15 años de edad
mientras se embarcaba en el St Louis, en Hamburgo, Alemania, junto a su
madre y a su hermana pequeña.
"Siempre fui consciente de lo
nerviosa que estaba mi madre por el hecho de embarcarse sola, con dos
hijas, en tal viaje", afirma.
En los años que siguieron a la
llegada al poder del partido nazi de Adolfo Hitler las familias judías
como la de Feldman no tenían ninguna duda del peligro que corrían.
A
los judíos les confiscaron propiedades, y se quemaron sinagogas y
tiendas. Después de que su marido fuera arrestado y deportado a Polonia,
la madre de Gisela decidió que era momento de partir.
Con 10 marcos alemanes en el bolso
Feldman
se acuerda de su padre suplicando a su madre que le esperase pero ella
era tenaz y siempre le respondía: "Tengo que llevarme a las niñas por
seguridad".
Así que, armadas con visas para Cuba adquiridas en
Berlín, 10 marcos alemanes en su bolso y otros 200 escondidos en su ropa
interior, se dirigieron hacia Hamburgo y el St Louis.
"Tuvimos suerte de que mi madre fuera tan valiente", señala Feldman con un tono de orgullo en su voz.
A
medida que el barco se alejaba Feldman recuerda las lágrimas de sus
familiares despidiéndolas desde el puerto. "Sabían que no nos
volveríamos a ver", afirma suavemente. "Nosotras éramos las que tuvimos
suerte- las que logramos escapar". No volvería a ver a su padre ni a
unos 30 familiares que estaban aquél día allí nunca más.
A
principios de 1939 los nazis habían cerrado ya la mayor parte de las
fronteras de Alemania y muchos países habían impuesto límites en el
número de judíos que podían acoger en sus fronteras.
Cuba era un
punto de tránsito de camino a Estados Unidos y las autoridades cubanas
en Alemania ofrecían visas a US$ 200 o 300 cada una - unos US$ 2.000 o
3.000 al cambio de hoy en día.
Cuando a Gerald Granston, que
entonces contaba con 6 años, su padre le dijo que dejarían su pequeño
pueblo en el sur de Alemania e irían en un barco hacia el otro lado del
mundo, no entendió muy bien lo que oía. "Nunca había escuchado hablar
sobre Cuba y no podía imaginar lo que iba a pasar. Recuerdo que tenía
miedo todo el tiempo", afirma, ahora con 81 años.
Para muchos de los pasajeros y sus padres los nervios fueron disminuyendo a medida que el barco se alejaba de puerto.
Muy bien tratados
Feldman,
que compartía un camarote en la parte baja del barco con su hermana
Sonja, pasó la mayor parte de su tiempo paseando en la cubierta
conversando con niños de su edad o nadando en la piscina del barco.
Había
también un lugar donde bailar e incluso un cine. Comían regularmente
una variedad de comida a la que no estaban acostumbrados en Alemania.
Bajo
órdenes del capitán, Gustav Schroder, los mozos y miembros de la
tripulación trataban a los pasajeros muy respetuosamente, en contraste
con el ambiente abiertamente hostil que sufrían los judíos bajo el
régimen nazi.
El capitán permitía que se celebrasen las
tradicionales misas de los viernes a la noche, durante las cuales daba
permiso para que se retirase un retrato de Hitler del salón principal.
Sol
Messinger, que entonces contaba seis años y viajaba con sus padres,
recuerda qué feliz parecía todo el mundo. De hecho, asegura, los adultos
les decían todo el tiempo que ya estaban fuera de peligro: "Nos vamos",
escuchaba que la gente decía una y otra vez durante el viaje. "Ya no
tenemos que estar todo el tiempo vigilando".
Pero a medida que el
crucero se fue acercando a la costa de La Habana el 27 de mayo esa
sensación de optimismo dio primero paso al miedo, y luego al terror.
Granston
estaba en cubierta con su padre y docenas de familias, con sus valijas
listas para desembarcar, cuando las primeras autoridades cubanas
llegaron sonrientes al barco.
"Mañana, mañana..."
Muy
pronto estuvo claro que el barco no iba a atracar y que no se
permitiría a nadie desembarcar. Recuerda escuchar una y otra vez las
palabras "mañana, mañana". Cuando los cubanos se fueron y el capitán le
dijo a la gente que deberían esperar, pudo sentir, incluso siendo un
niño pequeño, que algo no iba bien.
Durante los siete días
siguientes el capitán intentó persuadir, sin éxito alguno, a las
autoridades cubanas para que les permitiesen entrar al país. Los cubanos
ya habían decidido sin embargo rechazar la mayor parte de las visas,
probablemente por miedo a ser inundados por más inmigrantes huyendo de
Europa.
El capitán entonces dirigió el barco hacia Florida, pero
las autoridades estadounidenses tampoco le permitieron atracar, a pesar
de las peticiones personales al propio presidente, Franklin Roosevelt.
Granston cree que también le preocupaba la llegada masiva de
inmigrantes.
"Eso es Miami", le dijo el padre de Messinger a su
hijo una noche en la que estaban en cubierta, señalando las luces
distantes de la costa.
Para junio, el capitán no tuvo otra opción
que dar la vuelta y retornar a Europa. "De repente todo dejó de ser
divertido", recuerda Feldman. "Nadie hablaba sobre lo que iba a pasar a
partir de entonces."
A medida que el barco cruzaba el Atlántico,
Granston no dejaba de preguntarle a su padre si volvían a ver a sus
abuelos. Su padre solo movía la cabeza en silencio.
Vuelta
Por
entonces los pasajeros no tenían problemas en ocultar sus llantos
cuando paseaban por el barco- uno de los pasajeros incluso se cortó las
venas y se arrojó por la borda, desesperado. "Si cierro los ojos todavía
puedo oír sus gritos", dice Granston.
Al final, los pasajeros no
tuvieron que volver a la Alemania nazi: Bélgica, Francia, Holanda y
Reino Unido aceptaron a los refugiados. La asociación judía
internacional American Jewish Joint Ditribution Committee puso US$
500.000 como garantía para cubrir cualquier costo asociado.
El 17
de junio el barco atracó en el puerto belga de Amberes, más de un mes
después de haber zarpado de Hamburgo. Feldman, su madre y sus hermanas
fueron a Inglaterra, al igual que Granston y su padre.
Todos sobrevivieron la guerra pero muchos de sus familiares murieron en el Holocausto.
Messinger
y sus padres se trasladaron a vivir a Francia pero tuvieron que escapar
de los nazis una segunda vez, y dejaron el país tan solo 6 semanas
antes de que Hitler invadiese.
De entre los pasajeros del barco
250 no fueron tan afortunados y no sobrevivieron a la avanzada nazi de
la Segunda Guerra Mundial.
Noticia publicada por el diario La Nación.