Voluptuosa, carnal y con el descoco de una chica alegre. Tal
vez fue así como vio el creador de la Venus de Hohle Fels, hace 35.000 años, a
la musa que le inspiró su estatuilla y por eso fue tan espléndido en dotarle de
rasgos sexuales y tan cicatero a la hora de esculpir cualquier detalle del
rostro que le hubiese aportado un mínimo de expresión o identidad.
¿Estaba tallando en piedra una figura erótica? Un amplio repertorio de
tallas de cuerpos de mujeres sin rostro hacen que los expertos les busquen un
significado. Pero no se ponen de acuerdo. Para unos son sin duda figuras que ensalzan
el sexo, para otros son símbolos de fecundidad. ¿Deidades de la reproducción o
un recurso onírico y onanista? Veamos.
La semilla del sexo fuera de la reproducción
El tema parece resuelto ligando sexualidad y reproducción, pero se desploma
cada vez que un arqueólogo desempolva una figurilla, pieza o grabado rupestre,
y de nuevo se manifiestan, explícitas e insistentes, exageradas formas fálicas
y objetos supuestamente fabricados para darse placer. El resto parecía importar
poco a los artistas paleolíticos.
Dan fe de ello las caras sosas o inexistentes y las extremidades resueltas
con apenas unos esbozos. ¿Cómo saber si la pornografía ya ocupaba buena
parte del pensamiento humano?
En esas está, por ejemplo, Marcos García Díez, doctor en Prehistoria por la
Universidad del País Vasco y coautor, junto a Javier Angulo, del libro El sexo
en piedra: “Algunos estudiosos solo ven formas, sin querer entrar en
análisis.
Otros, desde una visión antropológica, lo interpretamos como una fuente de
información representativa de las conductas humanas y, en este contexto,
consideramos que la representación de los genitales femeninos o masculinos en
estado de excitación, la sobredimensión de la genitalidad y otras figuras en
determinadas posiciones encarnan la conducta sexual humana de los primeros Homo
sapiens; es decir, nuestros primeros yo biológicos”. Algo así como el
germen de nuestra actitud sexual.
Una de las revelaciones más sorprendentes, según apunta García Díez, ha sido
que los humanos de hace al menos 30.000 años ya entendían la sexualidad no solo
con un fin reproductivo, sino también como acto social vinculado al placer y al
juego. “Cualquier científico está condicionado por su realidad, por su contexto
y por su propia percepción de las cosas. Pero el registro arqueológico está
ahí, y el reconocimiento de lo erótico parece inevitable. ¿Cómo podemos
interpretar, si no, la variedad de posturas reconocidas en el arte
prehistórico, la imagen de un hombre eyaculando con expresión de gozo e
incluso algunas imágenes femeninas en actitud sugerente?”.
Lógicamente, el pensamiento no queda registrado en los materiales
arqueológicos. Nunca sabremos del todo cuándo la llamada sexual se convirtió en
erotismo y el acto reproductor se transformó en un fenómeno sociológico, pero es
evidente que esta percepción de la sexualidad es intrínseca a nuestra condición
y da respuesta a nuestros pensamientos, sensaciones y necesidades. Y esto no es
nuevo.
A la arqueóloga canadiense April
Nowell, de la Universidad de Victoria, le parece arriesgado hablar de
pornografía o de material sexual. “¿Cómo saber, por ejemplo, si las Venus
paleolíticas realmente despertaron deseo, o qué pudo significar, tanto para el
autor como para el observador, una talla con el pecho desnudo hace 30.000
años?”, se pregunta Nowell, quien culmina ahora sus investigaciones con un
ensayo sobre La pornografía está en el ojo del espectador, del que también es
autora su colega Melanie Chang.
La arqueóloga explica que lo que la exaspera es que la ciencia se empeñe en
erotizar el arte rupestre como una proyección del pensamiento actual: “No
deberíamos conformarnos con una única interpretación genital cuando hay
evidencia de que el arte paleolítico reúne un sinfín de muestras de objetos,
seres humanos, animales y seres fantásticos de diferentes formas, estilos y
tamaños. De hecho, un estudio reciente de mi estudiante de doctorado Allison
Tripp demostró que las formas del cuerpo de algunas estatuas femeninas de hace
25.000 años corresponden a mujeres en diferentes etapas de su vida. ¿Por qué
vemos siempre genitales en todo lo que se representa en número par o con
forma ovalada, circular, triangular o angular? ¿Qué necesidad hay de sentenciar
con el mazo sexual?".
Publicada por Quo.es