¿Vieron ya el filme Monument men? Yo todavía no tuve oportunidad. La nota me parece interesante, aunque espero también sus opiniones.
Cuando los alemanes invadieron París, en 1940, el tiro dirigido
al arte fue directo al corazón. Y a los museos. Entre 1940 y 1944
enviaron desde esa ciudad a Alemania 29 convoys cargados de 100.000
obras de arte y artefactos importantísimos, saqueados de los mejores
museos estatales y colecciones privadas francesas. Las obras de Johannes
Vermeer, Auguste Rodin, Peter Rubens, Auguste Renoir, Pablo Picasso,
Henri Matisse y Paul Cézanne eran tan sólo una parte de los 5 millones
de piezas que desaparecieron en Europa por esos días sombríos, en manos
del nacionalsocialismo. Muchas siguen perdidas. Otra gran cantidad suele
reaparecer en lugares insólitos: algún museo, el depósito de un
marchand, la casa de un coleccionista, el departamento de un heredero …
Las obras y los objetos saqueados cambiaron, desde ese momento en los
40, de manos y circulación, pero sólo después de haber pasado un período
ocultos en el gran “agujero” del sistema: el mercado negro del arte. Se
estima que éste mueve por año entre 4 y 6 mil millones de dólares.
Fue
durante la Segunda Guerra y la ocupación de Francia. Adolf Hitler
–desde 1934 Führer y canciller del Reich– trabajaba entonces con su mano
derecha, el mariscal Hermann Göring, en el plan de rastrillaje y saqueo
–con suma planificación y método– del tesoro cultural de Europa. Se
trataba de un robo gigantesco, un expolio sangriento y vergonzante que
tiene consecuencias aún hoy. Parte de esta historia es la que cuenta la
película recién estrenada Monuments Men (los “Hombres de los
Monumentos”), dirigida por George Clooney. En ella asistimos al
operativo de un grupo heroico de hombres y mujeres, historiadores del
arte, curadores, especialistas, artistas, provenientes sobre todo de los
Estados Unidos y del Reino Unido, una especie de brigada cultural que
actuó entre 1943 y 1951. Tenían el objetivo de
salvar los monumentos, el patrimonio arquitectónico y las obras de arte
de los que Hitler y su ejército se empeñaban en apropiarse. Sin embargo,
Hollywood cuenta apenas un retazo de esa misión. Por estos días, el
Smithsonian Institute de Washington exhibe una gran cantidad de
documentos y fotografías originales de esa brigada en su On the front line to save Europe’s art, 1942-1946 ( En el frente para salvar el arte europeo, 1942-1946 ; algunos de sus materiales ilustran estas páginas). También la National Gallery of Art de Washington expone ahora The Monuments Men and the National Gallery of art (Los Hombres de Monumentos y la Galería Nacional de Arte). A diferencia de lo que puede verse en la película, en estas muestras
se exponen cartas, listas escritas a mano, testimonios y documentos
reales vinculados a los Monuments Men y a todas las personas que
trabajaron con ellos, en especial la historiadora del arte francesa Rose
Valland. El objetivo de las dos exposiciones es familiarizar al público
con estos archivos.
Las manifestaciones coinciden: el expolio
ejercido por las fuerzas del nazismo apuntaba tanto a aquellos trabajos
considerados “obras maestras” –pinacotecas del Renacimiento y el
Neoclasicismo, y hasta la misma Gioconda de Leonardo Da Vinci–,
como también a otras obras que Hitler consideraba los adefesios y
aberraciones más grandes de la Historia, vinculadas con las vanguardias.
Hablamos de las obras de Paul Klee, Vassily Kandinsky, Marc Chagall,
Pablo Picasso, Emil Nolde y George Grosz, entre otros, etiquetadas por
Hitler como “arte degenerado”.
El Führer tenía un gusto estético
conservador bien acendrado. En 1937, cuatro años después de subir al
poder, encargó una “gran exposición de arte alemán” en la Casa del Arte
Alemán de Munich. En ella se mostraba el “nuevo” y “verdadero” arte
alemán, seleccionado entre 15.000 obras enviadas por artistas alemanes.
En los trabajos de escultores como Arno Breker y Joseph Thorak, se
lanzaba el estilo que luego se identificaría como propio del
nacionalsocialismo. Al día siguiente de inaugurada la exposición, Hitler
abrió otra más sobre la misma calle, llamada Arte degenerado , con Joseph Goebbels –su ministro de Propaganda- como curador.
El
objetivo de esta segunda muestra, formada por 730 trabajos de artistas
vanguardistas proscriptos, era dar de baja al “bolchevismo del arte
judío”, mostrando “lo malo” que era (aun cuando sólo 6 de los 112
artistas exhibidos eran judíos). Las obras de Oskar Kokoschka, Franz
Marc, Max Beckmann, los cubistas, surrealistas, fauvistas,
expresionistas, dadaístas y hasta los impresionistas eran descritos en
el folleto de la muestra como “lienzo torturado”, “putrefacción
espiritual”, “fantasías enfermizas”, “deficientes inútiles”.
Una
vez saqueadas en los territorios ocupados, las obras clásicas favoritas
de Hitler, las que él consideraba “obras maestras”, fueron escondidas en
lugares insólitos del Reich, como la vieja salina de Altaussee, en los
Alpes suizos, al resguardo de la guerra y hasta tanto pudieran ser
exhibidas en el proyectado Führermuseum, el mayor legado del líder al pueblo alemán.
Neologismos para un delito antiguo
La experiencia del exitoso rescate de la Segunda Guerra marcó a fuego la historia de las instituciones museísticas en los EE.UU., aunque en ocasiones la recuperación y el saqueo se turnan o se distinguen con una línea muy fina. En sólo 4 días –entre el 8 y el 12 de abril del 2003, durante la invasión comandada por los EE.UU.–, desaparecieron cerca de 15.000 piezas del extraordinario Museo de Bagdad, de un inmenso valor patrimonial para el país y la historia del islam. Se formó un equipo similar, aunque mucho más limitado, al de los Hombres de los Monumentos. Una docena de expertos, comandados por el coronel Matthew Bogdanos, fueron enviados a Irak para recuperar y detener el incesante “goteo” de piezas. La destrucción y robo llevado a cabo en esta institución había sido directamente luctuoso para la memoria humana.
Con la
intención de incentivar su devolución, el equipo prometió no perseguir
ni encarcelar a quienes las devolvieran y así, de a poco comenzaron a
reaparecer los objetos, envueltos en bolsas de basura (una vasija de
cerámica fechada 6.000 aC.), en baúles de coches (el Vaso Sagrado de
Warka, 3.200 aC.). Otros, en cambio, se incautaron en mercados
internacionales de antigüedades de Jordania, Líbano, Siria, Kuwait,
Arabia Saudita y, desde luego, Nueva York. Ocurre que el tráfico de
antigüedades también responde a una demanda específica. Es a raíz de
ella, en el clásico juego de retroalimentación, que se crean los
mercados negros de arte y piezas arqueológicas.
Asimismo, se debe
tener en cuenta que las obras y piezas cambian tanto de dueño, que su
origen ilícito acaba por diluirse, dado que en su rotación de
propietarios no se detallan la procedencia, sus dueños anteriores ni el
lugar del hallazgo –de ahí la importancia del inventario y la
catalogación, pues ambos consignan el recorrido de cada objeto.
Los
museos lo saben de sobra. En 1999 el Reino Unido puso en marcha el
proyecto “Investigación de los museos del Reino Unido, sobre la
procedencia durante el período 1933-45”, cuyo objetivo es realizar un
inventario de las obras ingresadas a las principales pinacotecas
británicas y de los Estados Unidos durante el período en el que Hitler
estuvo en el poder. Por su parte, Alemania creó el “Cuerpo de
coordinación de Magdeburg”, institución que desempeña una función
central en relación a los temas del patrimonio cultural y el arte
apropiado por los nazis.
Los Monuments Men originales y hoy
recreados en el cine lograron recuperar decenas de miles de obras y
piezas robadas. Aunque muchas otras fueron devoradas por el “agujero
negro”, de vez en cuando alguna se materializa …. Ocurrió hace poco, en
un ajado departamento de Munich, donde la policía descubrió 1.500 de las
obras confiscadas por los nazis durante la Segunda Guerra. Se trata de
obras pertenecientes al “arte degenerado”: telas de Chagall, Picasso,
Matisse… En total suman cerca de mil millones de euros. El dueño del
departamento es Cornelius Gurlitt, hijo del galerista Hildebrand
Gurlitt, a cuyas manos llegaron en las décadas del 30 y el 40. En el
enorme lote se encuentra el retrato de una mujer desconocida, de Henri
Matisse, que pertenecía al coleccionista judío Paul Rosenberg, uno de
los mayores marchands de Europa por entonces junto a su hermano, Léonce,
obligado a abandonar la pieza durante la invasión a Francia.
Memoricidio y bibliocausto
Todas las obras y acciones mencionadas hasta ahora se relacionan con una práctica muy antigua: la del saqueo. Siempre corriendo en paralelo a las guerras y conflictos, el saqueo tiene origen remoto. En el año 333 aC., por ejemplo, durante la batalla de Issos, cuando Alejandro Magno entró victorioso en el campamento del gran rey del Imperio de Persia Darío III, adornó la carpa en donde instaló una tina para darse un baño de inmersión luego de la victoria, con los mejores tapices persas recién saqueados. Fue el Imperio romano el que desarrolló el coleccionismo de obras de arte, sobre todo a partir de los saqueos de Siracusa (212 aC.) y de Corinto (146 aC.). Con sus botines llenaron los templos de Roma de obras griegas. Tanto Pompeyo como Cicerón y Julio César se enorgullecían, también, de sus propias colecciones, hechas a pura batalla.
Este arcano cultural del botín del conquistador está en
la base de los museos modernos, que al exhibirlos narraban la historia
de los pueblos conquistados. Esto se aplica sobre todo a las
instituciones etnográficas. Su emblema y modelo central es el British
Museum de Londres, donde se aloja desde 1802 la fundamental Piedra de
Rosetta, la pieza que facilitó la clave para la comprensión de la
escritura jeroglífica egipcia. Hallada por un soldado de la campaña
francesa en 1799, en el delta del Nilo, cuando las tropas inglesas
derrotaron a las francesas, la Piedra terminó en posesión británica.
Actualmente es el objeto más visitado del museo. Egipto reclama su
repatriación desde 2003, aunque no parece haber voluntad alguna de
devolverla.
De hecho, si bien se ha expandido y profundizado la
conciencia de patrimonio nacional intransferible, al calor del fin del
colonialismo y el sistema de derecho internacional, como las Naciones
Unidas, lo que hace que el saqueo nos resulte abominable en el plano de
la ética y para el consenso global, tampoco está todavía resuelto. Es
que allí entra en juego el valor simbólico. Este ha sido el caso
frecuente durante situaciones de conflicto. La situación de destrucción
puede llegar a ser tan grave a veces, que durante las últimas décadas se
ha inventado toda una terminología y neologismos para nombrar esas
prácticas destructivas. Hoy hablamos de memoricidio y de bibliocausto.
Es
evidente: existe todo un sistema de complicidades de saqueos, robos,
compra, venta y canje de obras de arte y objetos arqueológicos, que
incluye a circuitos de profesionales VIP. Algunas veces, el sistema tuvo
áreas manchadas con sangre; pero hablar sobre eso tarda. Al mercado
negro se le puede pedir de todo, menos testimonios, pruebas. Con el
tiempo es la Historia la que define: entonces el tabú cae. Y ya no hay
ingenuidad posible.
Publicada por Revista Ñ.