El retroceso del poder eclesiástico en los siglos XV y XVI

Como mencionábamos en la entrada sobre los aspectos políticos de la Reforma protestante, Tenenti sostiene que la Reforma no debe ser vista como un fenómeno puramente religioso, sino que en ella se hacen presentes “elementos inseparables tanto del conjunto de las vivencias como de los conceptos subyacentes a todas las demás actividades fundamentales, mentales y sociales” .

Desde del siglo XI, explica el autor, el occidente europeo se replegó más y más sobre sí mismo, excepción hecha en contados casos. Esta tendencia, sin embargo, comenzó a revertirse hacia la mitad del siglo XV, y en los dos siglos siguientes la velocidad de esta modificación fue cada vez mayor.

La tendencia europea al repliegue se vio reforzada con la reorganización de los estados confesionales, factor de mayor peso que la expansión otomana que, a fin de cuentas, sólo alteró con mayor profundidad la vida europea en el momento en que la Reforma más convulsionaba el ambiente occidental: entre 1530 y 1580 aproximadamente, sostiene Tenenti.

Ciertamente, la Reforma –y la serie de debates consecuentes- trajo aparejada una serie de factores que profundizaron la crisis eclesial. Uno de los problemas que se planteaba era la imagen que él cristianismo quería dar de sí mismo, o aquello en lo que quería convertirse, y lo que efectivamente era, en lo que de hecho se había convertido.

Luego del Cisma de principios del siglo XIV, a finales del mismo aparecen hombres como Huss y Wyclif, con planteos como el de la justicia de la riqueza de la Iglesia y cuestionamientos hacia la propiedad privada.

En términos bastante generales, Huss planteaba que los pobres debían acceder al poder, y que debían poder gobernar su destino al menciona, por ejemplo, la propiedad comunal que diera sustento a quienes trabajaran la tierra, no a señores feudales. Wyclif, en tanto, sostenía que el poder temporal debía hacerse cargo de la riqueza de la Iglesia.

A estas discusiones se debe sumar la aparición de la Peste, que diezmó buena parte de la población europea, y colocó en el tapete el debate acerca del poder del Papa, trajo también la problemática acerca de la muerte y del más allá, como mencionamos anteriormente.

Partiendo de estas primeras discusiones y otras que les siguieron más tarde, en el siglo XV aparece en Alemania Martín Lutero, quien cuestiona incluso algunos puntos relativos al dogma católico.

Desde la aparición de este monje agustino diversas concepciones “clásicas” en el pensamiento religioso, tanto a nivel de los fieles laicos como entre sacerdotes y jerarquía eclesial entraron en un proceso de discusión erosiva.

Desde un punto de vista bastante general, se podría decir que, incluso la existencia de tales discusiones, presenta ya una muestra del retroceso del poder del Papa y del dogma cristiano occidental, porque desnuda la falencia institucional para disciplinar a sus miembros y, tal vez más grave, comunicar a la inmensa masa fiel un mensaje unívoco y consistente.

Yendo un poco hacia lo particular, hay en toda la historia medieval europea un gran número de ejemplos que nos muestran cómo los fieles consideraban que el alma se salvaba a través de las acciones piadosas, como la donación de bienes a monasterios. Lutero sostiene que, por el contrario, sostenía que los hombres podían salvarse por la misericordia de Dios, fundamento de la fe.

En esta aseveración podemos encontrar implicancias profundas, porque ¿quiénes eran, en definitiva, los que podían asegurarse la salvación a través de onerosas donaciones de bienes? Los ricos. La propuesta de Lutero, en este sentido, es liberadora, sobre todo para las masas pobres, porque implica que la fe provee un sustento mucho más amplio que el que se le otorgaba hasta ahora.

En este punto, es relevante indicar que la venta de indulgencias fue uno de los pilares de la pelea de Lutero con la Iglesia.

Respecto también de la pobreza, aunque ahora ya no estaríamos hablando –en términos actuales- de pobreza estructural, la mendicidad también es atacada, y realzado el valor del trabajo.

Analizando críticamente, y con unas sencillas herramientas teológicas, el mensaje evangélico, el Reino de Dios es un reino de acciones, revolucionario en muchos aspectos (sobre todo si tenemos en cuenta el contexto en que se inscribe la acción jesuítica y discipular) y más acentuadamente, de justicia.

Si bien hay un reconocimiento de la figura del Cristo pobre, la ascesis debe ser santificante, y la llegada del Reino de Dios, para los protestantes, implicaba la persecución del éxito de las empresas individuales.

Para Tenenti, a raíz de todo esto, “no es extraño que la Reforma atrajera particularmente a las clases en ascenso, sobre todo en las zonas anglosajonas, desde los comerciantes y los burgueses hasta los artesanos y cuantos habían llegado al gobierno de las comunidades ciudadanas” .

Otro tema puntual y muy delicado que entra en cuestión es el del diezmo, acerca del cual ya se pensaba, antes incluso de Lutero, que respondía a leyes mundanas, no divinas; e indica el autor que “entre el siglo XV y XVI se era ya capaz de hacer valer las exigencias de la vida civil incluso en detrimento de las tradiciones favorables al clero” .

Y en este punto debemos tener presente que el diezmo se aplicaba “sobre los productos en venta en el mercado y sobre las actividades mercantiles” . Esto nos da, seguramente, una idea de por qué los sectores burgueses adhirieron más rápido a la proclama de la Reforma.

Entre los aspectos importantes que podemos destacar no podemos dejar de lado la verdadera revolución que implicó la impresión de la Biblia en las lenguas vernáculas.

En efecto, el clero se arrogaba distintas prerrogativas, y entre ellas se encontraba la exclusividad de acceso a los libros sagrados, su lectura, interpretación, difusión, etcétera.

La acción más profunda de Lutero coincide con el primer siglo de expansión de la imprenta de caracteres móviles metálicos de Gutenberg, que entre 1452 y 1456 había impreso su muy famosa Biblia de 42 líneas.

Si bien fueron Venecia y Génova las que en un primer momento tomaron la posta más fuerte en la difusión de este avance, ya en los últimos años de la vida de Gutenberg la imprenta jugó un papel central en una disputa política en la ciudad alemana Mainz, al ser vehículo de difusión de ideas en diversos panfletos y libelos breves.

La imprenta había promovido, hasta donde fuera posible, un mayor acceso al conocimiento de la lectoescritura, popularizando –si cabe el término- el acceso a saberes que hasta entonces habían pertenecido a círculos muy reducidos.

La demanda de Lutero de que la gente pudiera leer la Biblia en su propio idioma, sin la necesidad de que nadie interpretara el mensaje divino supuso, también, un conflicto para una Iglesia que proclamaba ser la única y verdadera heredera de Jesús, Pedro y los apóstoles y, en carácter de tal, era la única con la autoridad suficiente para tan compleja tarea.

El fin del monopolio de interpretación de las Escrituras bajaba de modo inequívoco al clero de su posición social relevante. Estos hombres reservados a Dios que no tenían familia, dueños de docto conocimiento se quedaban, de este modo, sin el estatus social que la tarea les confería.

Por otra parte, respecto del Papel que la Reforma puede haber jugado en la conformación de los Estados absolutistas, ya hemos visto en apartados anteriores cómo, en Inglaterra por ejemplo, una Iglesia reformada ayuda a refrescar y fortalecer el poder real y engordar las reales arcas.

En Francia, en conflicto permanente con sus vecinos ingleses y españoles, la influencia de la Reforma se deja sentir en la división interna y enfrentamientos que provoca, lo cual causa a su vez que el naciente Estado absolutista trabaje en herramientas de represión y coerción, pero también de cohesión territorial.

El de Alemania es un caso aparte. No sólo porque allí es donde Lutero hace sus proclamas, sino que el territorio alemán, bajo la égida imperial de Carlos V se encontraba a su vez dividido en diferentes principados.

El postulado sobre la necesidad de que el poder temporal administre las riquezas eclesiales va a ser muy bien recibido, la idea de auto administración territorial y religiosa también, y hemos mencionado ya, en el punto anterior, cómo los diversos príncipes se acogieron al ideal reformista para, efectivamente, ejercer control de hecho y derecho sobre sus súbditos y territorios: “era obvio que en la situación alemana el luteranismo constituía para los príncipes un arma contra el emperador y los señores que seguían siendo católicos” , detalla Tenenti.

Por último, es importante destacar que a partir del luteranismo, de la conformación de esta Iglesia distinta, se da asimismo una “ruptura de la unidad confesional propia del mundo católico”.

Esencialmente, los reformadores son humanistas que discuten cómo se es religioso, cómo se alcanza la salvación, cómo se llega a Dios en un mundo en el cual podía haber distintas clases nobles, distintos parámetros culturales particulares en distintas regiones, podía haber distintos tipos de justicia, pero lo único que era igual para todos era el pensamiento, y éste era cristiano.

La irrupción de los reformadores y de sus precursores rompe este molde, crea estos conflictos que mencionamos y muchos más, pero si por algo sirve de sustento ideológico en la modernidad es porque acentúa en la individualidad, al igual que en distintos puntos del mapa europeo lo hacen otros humanistas, aunque no se dediquen a los aspectos religiosos.