Alfonso el Sabio y la economía dirigida - 3 parte


En el siglo XII, durante la detención de la frontera, castellanos y leoneses tuvieron que trabajar para vivir. El fermento y el ejemplo por ellos recibido de los emigrantes ultrapirenaicos, de los mozárabes, de los mudéjares y de los judíos, conjugados con la necesidad de proveer al aprovisionamiento de las nuevas ciudades y de sus términos, fueron dando nacimiento a grupos de menestrales que trabajaban por encargo, y fueron dando origen a distintos grupos de comerciantes que completaban la labor de los obreros.

No cabe parangonar estas incipientes artesanías locales con los movimientos industriales o mercantiles contemporáneos de occidente. Esos grupos de menestrales, tenderos y merchantes conocieron pronto, sin embargo, las costumbres gremiales ultrapirenaicas y comenzaron a asociarse.

Se asociaban con fines religiosos, de asistencia social o de saneamiento del oficio. Los menestrales lo hacían para fijar el precio de sus menesteres, para conseguir que solo pudieran trabajar en su oficio quienes ellos recibían en sus “compañías”; y los mercaderes lo hacían para determinar a cuánto habían de vender la vara de paño y cada unidad de las otras mercaderías.

A la par, otros merchantes se lanzaron al acaparamiento y a la reventa, incluso de productos alimenticios y de materiales para la construcción. Y naturalmente los menestrales y merchantes al “cotearse” (acordarse) para elevar el monto de los jornales y de los precios de las mercancías, contribuían a aumentar el precio de la vida. Al cerrar sus cuadros a los extraños y negarse a difundir el conocimiento y la práctica de su arte, impedían el desarrollo industrial y comercial de Castilla.

En fecha imprecisa Alfonso VIII (1159 – 1214) había iniciado una política económica proteccionista, prohibiendo la saca del reino de algunos productos esenciales para su aprovisionamiento y riqueza. Fernando III, en 1250, había procurado poner coto al desarrollo gremial que favorecía el alza del costo de vida. Pero fue Alfonso X quien intentó remontar la pendiente de crisis con una serie de medidas que se escalonan a lo largo de su reinado. Se entremezclan las disposiciones proteccionistas e intervencionistas.

Pero esa serie de sabias medidas, muy llenas de modernidad, si frenaron la carestía temporalmente, no provocaron el trueque de la silueta económica del reino y llegaron en cambio a perpetuar algunas de sus tradicionales formas de vida.

Para poner un dique a la carestía: Alfonso X estabilizó la moneda luego de devaluarla, fijó y unificó en lo posible las pesas y medidas y dictó en las Cortes de Jerez de 1286 una severa ley de tasas, de tal pormenor que raya la minucia.

En ella se fijaba el precio de los productos de la agricultura, de la ganadería y de la minería; el de las mercaderías nacionales y extranjeras, obras de las más variadas y diversas industrias; y el de jornales y trabajos de los oficios más distintos .

Como no fue suficiente, el Rey Sabio completó la ley con una serie de preceptos muy dispares.
Unos tendían a poner freno a los dispendios de los poderosos, con drásticas prohibiciones de orden suntuario; gran penitencia en el boato de los ricos y, naturalmente, con más celo aún, en el de los judíos y los moros.

Se llegó a prohibir los regalos de bodas, con excepción de las arras y se limitó el número de los convidados a ellas y el número de días que debían durar.

Ni la ley de tasas ni las prohibiciones suntuarias eran sin embargo suficientes para remediar los males económicos del reino. Por eso se acudió a intervenir el mismo comercio internacional en las fronteras.

Alfonso el Sabio prohibió la exportación de oro, plata, mercurio, caballos, ganado vivo o muerto, cueros, lanas listas para hilar, sedas, trigo, vino y todo género de mantenimientos. Pero como se necesitaban divisas y cierto tipo de mercaderías, no alejó del reino a los mercaderes extranjeros; pero limitó y reglamentó las actividades de los mismos, en salvaguarda de los intereses de la comunidad, y les autorizó a comprar y exportar aquellas cosas que menos podían perjudicar al abastecimiento y la riqueza nacionales. Sin embargo, a fin de no dañar ésta, con un rígido criterio de defensa de la misma, como los productos importados eran objetos de lujo y manufacturas, todos caros, y las cosas que podían adquirirse en Castilla eran materias primas, de precio mucho más reducido, se decretó que los mercaderes no pudieran exportar mercaderías sino por el valor del monto de las que hubieran traído al reino de Castilla.

Se señalaron los puertos por donde debía realizarse el tráfico exterior y se obligó a los maestres de las naves que traían y llevaban productos y mercaderías –en su gran mayoría extranjeros- a dar fiadores locales que garantizaran la operación.

A fin de salir al paso de las maniobras de menestrales y mercaderes (para aumentar el precio de las mercaderías y los jornales, para cerrar sus cuadros e impedir la difusión de su arte y para acaparar y revender materias primas) Alfonso X prohibió, bajo penas de prisión y confiscación, las cofradías y los “cotos”; dictó normas para proteger el libre tráfico interior y autorizó la celebración de ferias en diversas ciudades: Sevilla, Badajoz, Alcaraz.

Alfonso el Sabio favoreció, además, la creación de una marina nacional. Al otorgar fuero a Sevilla había concedido extraordinarias libertades y privilegios a los marinos que se hicieran a la mar en servicio del rey.

Alfonso X estableció en Sevilla unas atarazanas (establecimiento militar o particular en que se construyen, reparan y conservan las embarcaciones, y se guardan los pertrechos y géneros necesarios para equiparlas) para la construcción de navíos e incitó a los moradores en las costas a armar sus barcos otorgándoles diversas exenciones y mercedes.

Fuente: España, un enigma histórico. T II, Cap. III. Alfonso el sabio y la economía dirigida. Claudio Sánchez Albornoz.

Imagen: Alfonso X el Sabio. De Harper's Magazine.