La pérdida de España II: luchas intestinas

En el contexto que describíamos en la entrada anterior, se diría que si hubiese arraigado una dinastía, excluidos los grupos enemigos, la nobleza habría conseguido afirmarse y se habría llegado a un equilibrio entre ella y los monarcas.

Pero ninguna familia consiguió adueñarse perdurablemente del trono y la pugna entre la realeza y las facciones se prolongó dramáticamente a lo largo de las décadas. Cada nuevo rey podía privar y de hecho privaba de su poder y su riqueza a los integrantes del grupo hasta allí dominante.

Y en vano los concilios V y VI de Toledo señalaron a los reyes los peligros que tales medidas alzaban en orden a la lealtad de los fideles regis. Los príncipes continuaron realizando confiscaciones. Ni siquiera se hallaban libres de peligro los hijos de los reyes.

Era, por tanto, natural que los clanes en el poder intentaran conservarlo llevando al trono a uno de los suyos y que los grupos desplazados acecharan la ocasión de recuperar sus posiciones.

El poder real constituía una formidable y deslumbrante meta en la vida política de la oligarquía gótica. Los magnates más ambiciosos y decididos acechaban la ocasión de asaltar el alcázar de la regia autoridad: a la muerte del monarca reinante –la monarquía siempre fue jurídicamente electiva- o si se presentaba una ocasión propicia, deponiendo al soberano mediante un golpe de estado, pacífico o cruento.

Ningún optimate podía por sí solo lograr la corona por la violencia o mediante una elección regular. Necesitaba contar con un grupo de magnates, con una facción nobiliaria que secundara sus planes y que pudiera vencer, legal o violentamente. Esas pugnas se sucedieron sin interrupción a lo largo del siglo VII.

A veces triunfaba, a veces fracasaba el golpe de estado o la revuelta tendente a destronar al rey reinante, pero siempre provocaba luchas y violencias.

Los reyes visigodos sucesores de Recaredo no tuvieron además ocasión de calentar el trono real por la fugacidad de sus reinados. Y la España goda vivió, por tanto, perturbada durante una centuria por endémicas agitaciones políticas y por sangrientas discordias.

No pueden esquematizarse las causas de tales agitaciones y discordias, en la lucha entre la realeza y la nobleza en torno a la conversión de la monarquía de electiva en hereditaria.

Claro que los reyes se esforzaban por asegurar la sucesión a sus hijos. Pero incluso soberanos sin descendencia hubieron de padecer alzamientos, revueltas, usurpaciones y golpes de mano.

Sin embargo, como se dijo, fue el deseo de disponer de la fuente del poder y la riqueza el principal motor de la discrepancia.

La realeza procuró defenderse mediante castigos inmisericordiosos y mediante crueles y drásticas purgas; pero no logró evitar tensiones y revueltas.

Fuente: Claudio Sánchez Albornoz.
Orígenes de la Nación Española. Estudios Críticos sobre la Historia del Reino de Asturias (Selección). La decadencia visigoda y la conquista musulmana