Grandes terratenientes en la América colonial

En muchos centros urbanos latinoamericanos se destacaban los dueños de extensas propiedades rurales, llamados hacendados o fazendeiros en Brasil. Todos ellos desempeñaron un importante papel en la vida política y económica de las colonias. Por definición, estos terratenientes obtenían sus ganancias del ganado, la producción agrícola y las actividades comerciales y la manufactura de productos. Sin embargo, los centros urbanos (grandes o pequeños) son también polo de acción y atracción. Era allí donde compraban lo que no producían, contrataban a capitanes de barco para que llevaran sus productos a otros mercados (en América y ultramar). Era allí también donde los grandes propietarios podían decidir en qué momentos vender, haciendo fluctuar el comprotamiento del mercado según sus necesidades. Las ciudades eran también el foco desde el cual los grandes propietarios ejercían el poder político. Como miembros de los concejos municipales, eran ellos quienes fijaban los precios de los artículos de primera necesidad, distribuían el agua, hacían cumplir las sentencias judiciales, concedían licencias a artesanos, cobraban los impuestos y concedían tierras para la explotación agrícola o el pastoreo.

El surgimiento de la elite terrateniente. Como en todos los procesos económicos, no podemos aquí señalar un solo factor determinante en la aparición de una clase poderosa. En el caso de la América española y portuguesa, algunos eran descendientes de la primera elite de la colonia. En Suña (Perú) y Querétaro (México) fueron colonizadores que habían recibido concesiones de tierras por parte de la corona española. Hubo quienes llegaron "tarde" a las colonias, y gracias a sus vinculaciones en el poder o cercanía con el virreinato, se convirtieron rápidamente en parte de esta incipiente elite. Finalmente, algunos miembros de la elite terrateniente se iniciaron en otras carreras, como funcionarios, profesionales o comerciantes aunque, como veremos más adelante, estas no son en modo alguno categorías excluyentes.

La encomienda Luego de la conquista, una encomienda (concesión de tierras a un encomendero) era el ansiado botín de quienes ayudaron a Francisco Pizarro, Hernán Cortés y otros capitanes en esas guerras imperiales. La concesión de la encomienda convertía al que la recibía en un poderoso recaudador de impuestos y juez, con una autoridad incomparable, aunque informal. Una encomienda no representa una simple entrega de tierras para su explotación agrícolo/ganadera. El encomendero es considerado el amo de la gente, no dueño de la tierra. ¿Por qué? Porque en este contexto, la tierra cultivable y de pastoreo no es un bien precisamente escaso, y por lo tanto tampoco es particularmente valiosa. De hecho, lo que el encomendero necesitaba lo producían los indios, y ellos venían haciéndolo desde mucho tiempo.
Además de manufacturar los productos que el encomendero vendía luego en los mercados locales, los indios eran utilizados para la construcción de las ciudades. Levantaban la residencia del encomendero y le servían en calidad de criados, cultivaban sus jardines y huertos.
Por su parte, el encomendero se valía de esta concesión para iniciar emprendimientos comerciales complementarios. Tenían prácticamente el monopolio de la mano de obra nativa, y regularmente alquilaban los indios a otros colonos para tareas menores. Si bien el periodo de dominación de los encomenderos tuvo poca vida, el estilo y las relaciones de ese periodo se repitieron en otros contextos.
Durante el primer siglo después de la conquista se produjeron epidemias que diezmaron a la población indígena. Los tributos pagados con mano de obra, en consecuencia, también se vieron reducidos drásticamente y, por lo tanto, el valor de las encomiendas decreció. Por otra parte, la corona veía con inquietud el crecimiento descontrolado del poder de los encomenderos, y la intranquilidad de acentuaba con los informes incesantes que hablaban de malos tratos para con la población indígena.
Los reyes intentaron poner fin a este dominio y a la explotación de los indios, pero subestimaron la reacción de los encomenderos, y las políticas tendientes a poner fin a la explotación no tuvieron éxito, culminando la cuestión en un "redefinición" de las relaciones entre el encomendero y la comunidad, especificando y restringiendo las obligaciones de los indios. Al respecto, cabe recordar la aparición de la bula Subliminis Dei en el año 1537, acerca de la que recomiendo leer un muy buen artículo publicado por Paradiso en Historia de la educación.
Por este y otros factores, los encomenderos se volcaron a sus actividades subsidiarias, y la producción pasó de los cereales y legumbres al trigo, el aceite de oliva y el vino, buscando satisfacer el paladar de los inmigrantes europeos. Por supuesto, no todos tuvieron éxito en este proceso de cambio.

Las haciendas. Además de las medidas de freno a la conducta de los encomenderos, la corona propició la instalación de hacendados, demarcando zonas de frontera donde en principio se instalaban los recién llegados, que obtenían las tierras por concesión, compra o, directamente, usurpación. A diferencia de que lo ocurrió en el nordeste de Brasil y en los primeros asentamientos españoles, cuyo carácter aristocrático quedó establecido en un primero momento, en estos territorios la formación de la elite fue gradual: estos colonos llevaron vidas duras en los primeros años. Muchas veces sólo tenían recursos para trabajar una parte de sus terrenos que, mayormente, no superaban los trescientos acres (cada acre equivale a 4046,9 metros cuadrados). Por ello, algunos comenzaron como empleados, mayordomos o administradores al servicio de otros. Hubo también quienes habían llegado a América como comerciantes y eligieron quedarse, aportando capitales relativamente pequeños para integrar los fondos necesarios que les permitieran adquirir una propiedad rural.
Entre cuarenta y sesenta años debieron pasar para que, en Saña por ejemplo, los colonos acumularan suficiente capital -generalmente en parcería- para comprar plantaciones de azúcar a los empobrecidos encomenderos. A algunos les tomó aún más tiempo la compra de esclavos, equipos y la construcción de molinos para, finalmente, entrar al negocio de la producción de azúcar, mucho más rentable y prestigioso.
La transición, una vez más, fue dificultosa. Si el trigo estaba expuesto a la acción de las plagas, y los animales podían morir de repente por una peste dejando a su propietario con las manos vacías, el precio del azúcar fluctuaba al ritmo de los cambios en oferta y demanda.
Por otra parte, eran pocos los que tenían capitales de reserva o acceso a créditos, y ello derivó en una gran movilidad en las "primares filas" de los hacendados en los comienzos, así que hasta mitad del siglo XVII la elite terrateniente se mantuvo en dinámico proceso formativo sin constituir una clase establecida.
Sin embargo, ser granjero o hacendado en el siglo XVI implicaba más de lo que podría parecer. En Lima y Saña, como también en Puebla y Oaxaca, gran cantidad de hacendados tenían actividades paralelas: comerciaban a nivel local, exportaban, importaban, algunos eran sacerdotes, notarios, funcionarios de alto nivel e incluso mayordomos. Más adelante, la elite terrateniente también ocupará cargos de rango en las incipientes milicias locales. En la persecución del estatus, la pertenencia a las fuerzas armadas resultó una presa codiciada por los hacendados: todos ansiaban desfilar uniformados para deleite y respeto de sus vecinos.
El rango militar era un rasgo más, y bien distintivo, de la pertenencia a la elite. Además, la imagen de grandeza del terrateniente se engrandecía, aún más, por sus convicciones y apoyo a la Iglesia. Así como había viudos que ingresaban en monasterios llevando consigo a sus hijos, un hacendado próspero recibía el muy honorable cargo de síndico (administrador) de la Iglesia para la colonia local. Las donaciones que, en carácter de herencia o como donativo directo hacían los terratenientes eran, muchas veces, harto cuantiosas.

En la próxima entrada acerca de la clase terrateniente en América colonial abordaremos el tema de las estrategias para consolidar relaciones y, a través de estas, poder.

Fuente principal: Hoberman, L. y Socolow, S. (Comp). Ciudades y sociedad en Latinoamérica colonial. FCE, 1993

Imagen: Trabajadores de una fazenda brasileña en la actualidad. Tomada de OIT.