La evocación de Malvinas implica, necesariamente, una “memoria incómoda”. ¿Cómo compatibilizar la reivindicación nacionalista de la “causa Malvinas” con la defensa de los derechos humanos y los cuestionamientos a la dictadura? ¿Todos aquellos que combatieron en la guerra pueden ser considerados héroes? ¿Cómo compatibilizar la condición de héroes con la de víctimas?
El último 26 de marzo, 90 familias viajaron a Malvinas a conocer las tumbas de sus seres queridos que habían sido identificados con una placa después de décadas de estar enterrados con la leyenda: “Soldado argentino sólo conocido por Dios”. Las conmovedoras imágenes y testimonios de esta jornada reactualizan preguntas muy antiguas: ¿cómo recordar una guerra, cómo hacer, retomando a Tucídides, para que los recuerdos encajen con los sufrimientos?
Recordar las guerras del siglo XIX no ha creado grandes dilemas, no sólo por su lejanía en el tiempo sino también por sus características. Las gestas de la independencia fueron utilizadas como modelos para formar ciudadanos. Se alude, generalmente, a discursos heroicos sobre el valor de los soldados y el “ser nacional”. No hubo muchas dudas sobre cómo conmemorarlas: granaderos y la siempre pegadiza marcha de San Lorenzo. Tampoco hubo dudas sobre la pertenencia de estos guerreros del siglo XIX al Panteón de Héroes de la patria. San Martín y Belgrano, los personajes emblemáticos sobre los cuales Mitre ancló la historia de la nación, no fueron cuestionados por el revisionismo histórico que buscó desmontar la llamada “historia liberal”.
Con la Guerra de Malvinas la operación resulta más espinosa. Se trata de una guerra que se resiste a los usos tradicionales del pasado y a inscribirse en la genealogía trazada para el siglo XIX. Hay tres causas que hacen de Malvinas una guerra incómoda. En primer lugar, se trató de una guerra promovida y declarada por un gobierno dictatorial. En segundo término, el carácter heroico de quienes lucharon en ella se oscurece porque, además de los jóvenes conscriptos enviados sin equipamiento ni preparación, pelearon oficiales responsables de la violación de derechos humanos durante la dictadura y en la propia guerra. Finalmente, y como tercer punto, la derrota en la guerra derivó en un hecho positivo: permitió abrir una transición democrática en la que las Fuerzas Armadas no pudieron imponer sus condiciones. Estos aspectos hacen de la memoria de la guerra unamemoria incómoda. ¿Cómo compatibilizar la reivindicación nacionalista de la “causa Malvinas” con la defensa de los derechos humanos y los cuestionamientos a la dictadura? ¿Cómo “malvinizar” el discurso político y, simultáneamente, cuestionar la dictadura mediante la reivindicación de la verdad y la justicia? ¿Todos aquellos que combatieron en la guerra pueden ser considerados héroes? ¿Cómo compatibilizar la condición de héroes con la de víctimas?
La guerra de Malvinas dejó densas capas de memoria individual y social que se superpusieron, complementaron y entraron en conflicto desde 1982. El discurso oficial debió recoger, seleccionar y articular las diversas memorias que fueron cimentándose sobre el hecho conmemorado. En Las Guerras por Malvinas, Federico Lorenz distingue tres relatos que se contrapusieron luego de la derrota. El primero fue el que comenzó a circular en la opinión pública en los primeros meses de la posguerra. Este relato consideraba a la guerra como una “aventura” comandada por jefes militares irresponsables que llevaron a jóvenes sin experiencia a enfrentarse a una muerte segura. En esta visión, el lugar del enemigo no estaba ocupado por los británicos sino por los generales y almirantes genocidas, mientras que los soldados eran presentados como víctimas bajo la etiqueta de “chicos de la guerra”. El segundo relato fue el “patriótico”. Fue, ni más ni menos, que el empleado por las Fuerzas Armadas en 1982. El mismo, hacía hincapié en la identidad nacional y en la guerra como una “gesta” que debía unir a los argentinos. Dichas fuerzas esgrimieron este relato para defenderse de las acusaciones por la represión ilegal y para presentarse como protagonistas del sacrificio realizado por la nación. Esta perspectiva reproducía una visión esencialista de la guerra y Malvinas se elevaba a una causa sagrada e incuestionable. El tercer relato estuvo representado por las voces de los ex combatientes cuyas visiones no resultaban homogéneas. La disputa reside en la tensión entre héroes y víctimas. Algunos se veían a sí mismos como agentes históricos que cumplieron con su deber de defender a la patria y otros, en cambio, pusieron en cuestión el carácter heroico de su experiencia. El documental No somos héroes muestra testimonios de soldados conscriptos que se ven a sí mismos como víctimas de una dictadura militar. “Nosotros no fuimos a Malvinas, a nosotros nos llevaron” resume uno de los entrevistados.
Los gobiernos democráticos posteriores a la guerra se enfrentaron a estas capas de memorias sobre Malvinas. El primer gesto de Alfonsín implicaba un ajuste de cuentas con el pasado militar: suprimió el feriado del 2 de abril, impuesto por los militares salientes, y lo trasladó al 10 de junio, conmemorando la asunción de Luis Vernet como Comandante Militar de las islas en 1829. Luego de los levantamientos carapintadas, que reivindicaban su participación en la guerra, el discurso de Alfonsín se “malvinizó”. El discurso en clave patriótica siguió durante el gobierno de Menem y de la Alianza, cuando se reestableció el 2 de abril como feriado.
Durante los gobiernos kirchneristas, la tensión entre las diversas memorias se hizo más evidente. Por un lado, se reinstaló la “causa Malvinas” en la arena pública en clave nacionalista. Por el otro, se asumió la defensa de la memoria, la verdad y la justicia como política de Estado. La forma de posicionarse frente a la memoria de la guerra no fue la misma en Néstor y en Cristina Kirchner. Néstor Kirchner estuvo más cerca de la clave exhibida por los discursos nacionalistas de la guerra. Para el ex presidente, por encima de cualquier cuestionamiento sobre la guerra en sí misma, se encontraba la soberanía nacional. Sostenía que los soldados debían ser vistos como héroes y no como víctimas y que debían ser honrados “sin excusas”, deslizándose la necesidad de homenajear no sólo a los conscriptos sino a todos los miembros de las Fuerzas Armadas que participaron de la guerra.
Cristina Fernández de Kirchner, en cambio, inscribió la guerra como una cuestión de memoria, verdad y justicia, retomando algunas demandas presentes en los reclamos de los organismos de derechos humanos y de algunas organizaciones de ex combatientes, como el CECIM La Plata. A su vez, inscribió la guerra en una perspectiva histórica de largo plazo, equiparándola con las guerras decimonónicas. Era un intento de articular la tradición nacionalista con los discursos en torno a la memoria, la verdad y la justicia. Esta filiación en la larga duración le permitía diluir o atenuar las contradicciones inherentes a Malvinas en la construcción de ambas memorias. Dicha genealogía ubicaba a Malvinas en un proceso que abarcaba dos siglos de historia, y que se podía rastrear desde las invasiones inglesas en 1806 y 1807 pasando por la batalla de la Vuelta de Obligado en 1845.
Entre las gestiones iniciadas durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner -que se terminaron de concretar con el gobierno de Mauricio Macri- se encuentra la de la identificación de los soldados enterrados en el cementerio de Darwin. Un proyecto incentivado por un soldado británico, otro argentino y una periodista. “No me olvides” es el nombre de la fundación de Julio Aro, el argentino impulsor del proyecto. Los testimonios de los familiares en el cementerio coincidían en un punto: identificar las tumbas les traía paz interior y les permitía “hacer un duelo de verdad”. El encuentro con sus muertos desplazó, al menos por un instante, las disputas por las memorias de Malvinas. Los ruidosos discursos nacionalistas sobre la guerra salieron del centro de una escena que fue ocupada por un conmovedor silencio que recolocaba el acontecimiento en su dimensión más humana. La memoria de una guerra es una tensión permanente entre sanar y hacer justicia. Después de 36 años los familiares comenzaron a encajar los recuerdos con los sufrimientos.
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