Alfonso el Sabio y la economía dirigida - 1 parte


Después de la victoriosa jornada de Las Navas de Tolosa (1212), y en el curso de pocas décadas se ganó La Mancha, Extremadura y la Andalucía del Guadalquivir y se ocupó Murcia, gracias a la corriente de inmigración que, entre otras cosas, generó este triunfo cristiano.

La mayoría de esas tierras quedaron vacías de sus antiguos habitantes hispano musulmanes que antes o después huyeron hacia el sur. Y vacíos quedaron los grandes centros urbanos que se alzaban en las regiones ganadas al Islam.

Ciudades como Cáceres, Mérida, Badajoz, Baeza, Úbeda, Jaén, Córdoba, Sevilla fue necesario poblar, y con ellas muchas otras plazas de los valles del Guadalquivir y del Guadiana. Fue necesario establecer a muchos cristianos entre los musulmanes de Murcia a fin de asegurar el sometimiento.


Una intensa corriente migratoria hacia las ubérrimas tierras del sur, desde los valles del Tajo y del Duero y aún desde Galicia, Asturias, Cantabria y Vasconia. Esa emigración no pudo dejar de hacer mella en la vida de León y Castilla.


A poco de subir al trono, Alfonso X hubo de confesar y enfrentar la realidad de esta crisis. La crisis debió ser más aguda todavía en las regiones recién conquistadas. Se habían ocupado, sí, grandes centros agrarios, industriales y mercantiles, pero casi vacíos de sus labradores, menestrales y mercaderes y desconectados de su habitual zona de expansión comercial. En 1255 Alfonso X liberó de todo pago de derechos a cuantos llevaran a las ferias de Sevilla lana, ganado, vino o alimentos.


Debió ser la falta de brazos y de objetos manufacturados en las regiones ocupadas después de Las Navas, que en su ley de Tasas el Rey Sabio dobla a las veces los precios de las mercaderías que por ellas corrían y el valor de los jornales de labradores y menestrales que en ellas trabajan.


El medio siglo largo de guerras, conquistas, emigraciones y repoblaciones que siguió a la batalla de Las Navas tuvo consecuencias de gran trascendencia para el porvenir de la economía castellana y para la acuñación del estilo vital hispánico.

Desde hacía algún tiempo traficaban en España mercaderes extranjeros, tanto en Al Andalus como en los reinos cristianos. Alfonso VIII (1159 – 1214) y Fernando III (1217 – 1252) legislaron ya sobre el comercio foráneo. Debieron olfatear la coyuntura favorable que las conquistas, las migraciones y la crisis económica les brindaban y se apresuraron a aprovecharla. Flamencos, valones y franceses inundaron con sus mercaderías las viejas y las nuevas tierras del reino de Castilla. De la mano de estos comerciantes llegaron todos los productos indispensables para la vida del pueblo castellano.


Las exenciones de derechos que se otorgaban en los aranceles de aduanas de los cuatro puertos del norte (San Vicente, Santander, Laredo y Castro Urdiales) a docenas y docenas de objetos diversos de uso habitual en todos los hogares –con excepción de paños y de los objetos de Limoges - acreditan la profundidad de la penetración de las mercaderías flamencas y la precisión de ellas que se sentía en el reino.


Desde diversas regiones entraron no sólo tejidos de lujo, sino otros, a juzgar por su precio, de calidad muy inferior. Además, esos paños se vendían en todo el reino, también en las regiones recién conquistadas a los moros –en Andalucía, por ejemplo- donde se cotizaban un 15% más que en las tierras del norte.

Como flamencos, valones, ingleses y franceses por los puertos norteños, italianos –especialmente placentinos, lucanos y genoveses, pero también venecianos y pisanos- comerciaron por los puertos castellanos de Andalucía y Murcia.

El Rey Sabio autorizó a sus aliados genoveses a poblar un barrio entero en la ciudad recién ganada, con su correspondiente iglesia, su alfóndega (a la vez hostería y depósito), su horno y sus baños; y les permitió tener cónsules propios para juzgar sus propios litigios.


En 1251 había ya en la ciudad un barrio de francos, a los que Fernando III concedió los privilegios de los Caballeros de Toledo.

Los genoveses no sólo se instalaron en Sevilla; por las Cantigas y por un documento del Rey Sabio de 1280 sabemos que se establecieron en el Puerto de Santa María. Consta su presencia en otras ciudades andaluzas: Córdoba, Cádiz, Jerez, etc., así como el asentamiento en ellas de mercaderes de otras tierras: Italia, Inglaterra, Francia y Flandes.


Tanto los mercaderes septentrionales como los de Génova, Plascencia, Luca o Pisa traían sus mercaderías en sus propias naves o en las de sus connacionales “porque los maestros de las naos son de otras tierras” dice Alfonso X, y de regreso se llevaban su valor en oro o plata, o cargaban en sus naves materias primas peninsulares, adquiridas aprecios viles.

Los genoveses se aplicaron particularmente a la exportación de aceita andaluz a Italia.

La invasión del reino de Castilla por los mercaderes y mercaderías extranjeras creó así una doble corriente emigratoria: de grandes sumas de oro y plata y de grandes cantidades de materias primas. La primera provocó la quiebra de la moneda por falta de metales preciosos y por la crisis del erario, y tuvo como corolario natural el empobrecimiento del Estado y de los particulares. Y la salida de grandes cantidades de materias primas en horas difíciles por las que atravesaba la economía el país determinó el alza de la vida y tuvo como secuela inevitable el aumento del coste de los jornales y el encarecimiento del crédito, en manos de los judíos y los genoveses.


Fuente: España, un enigma histórico. T II, Cap. III. Alfonso el sabio y la economía dirigida. Claudio Sánchez Albornoz.

Imagen: La batalla de las Navas de Tolosa. De Portal Fuenterrebollo.