Los diaguitas


Los diaguitas son una serie de comunidades (pulares, luracataos, chicoanas, tolombones, yocaviles, quilmes, tafís, entre otras) que ocuparon la zona de los valles y quebradas del noroeste argentino, aglutinadas por una lengua común, el cacá o cacán, además de factores como la organización social y económica, la cosmovisión e incluso los aspectos raciales, que contribuyeron a su identificación como una cultura única.

En el panorama indígena del actual territorio argentino esa cultura fue la que alcanzó mayor complejidad en todos los aspectos, al punto que tuvo inclusive una gran densidad poblacional.

Esta cultura de agricultores sedentarios poseía sistemas de irrigación artificial por medio de canales y andenes para la siembra de sus productos principales, el zapallo, el maíz y el poroto. Asimismo, criaban llamas a fin de extraer lana y utilizarlos como animales de carga. Prácticamente no cazaban, pero la recolección era una actividad económica importante, sobre todo recolectaban algarroba y chañar.

Los diaguitas tenían fuertes jefaturas, probablemente hereditarias, y cuya autoridad alcanzaba a varias comunidades, algo parecido a los grandes cacicazgos. La familia extensa parece haber sido el núcleo alrededor del cual se formaban las comunidades, en las que más de uno de estos grupos actuaban en forma cooperativa a fin de asegurar la subsistencia mediante el trabajo y la defensa en los periodos de guerra.

Esta cultura participó, como muchas del área, del culto al Sol, el trueno y el relámpago. Contaban con unas costumbres funerarias elaboradas. Se consideraba que el alma del muerto se convertía en estrella, y para ese viaje el difunto era sepultado con alimentos y bebidas. Por otra parte, según Martinez Sarasola, los famosos cementerios de “párvulos en urnas”, alejados de las habitaciones donde se enterraba a los adultos, hablan posiblemente de sacrificios de niños buscando propiciar la lluvia, fundamental para su supervivencia. Este tipo de sacrificios se realizaban en lugares llamados zupca, y estaban a cargo de los chamanes.

También participaron del culto a la Pachamama, dueña de la tierra, y a quien se pedía por la fertilidad de los campos, el buen viaje del peregrino, el buen parto de las embarazadas y la felicidad en toda empresa.
Muchas veces la Pachamama aparece acompañada de Pachacamac (también llamado Viracocha) y del Sol y la Luna, héroes civilizadores.

El arte de los diaguitas es el más acabado en el panorama etnográfico argentino. Trabajaron muy bien la metalurgia y la cerámica, en la que aparecen representados motivos de animales sagrados como el ñandú, batracios y serpientes.

La guerra y el comercio marcaron el modo en que los diaguitas se relacionaron con otras comunidades. El autor antes citado indica que la resistencia que opuso esta cultura a los españoles a su llegada fue feroz, quizás la más fuerte que les tocó a los conquistadores enfrentar. La guerra contra los españoles parece haber asumido “las características de un fenómeno integral en el que participó la comunidad entera”, asegura Sarasola.

Otro hecho fundamental en el área tocó al desarrollo de la cultura diaguita: la llegada del imperio inca hacia 1480, bajo el reinado de Tupac Yupanqui. Antes de la conquista militar propiamente dicha, los incas asentaron poblaciones que hablaban el quechua como forma de penetración cultural. Esta tarea se vio bruscamente interrumpida con la llegada de los españoles al Cuzco, razón por la cual la lengua inca no llegó a reemplazar al cacán.

Fuente: Nuestros paisanos los indios. Carlos Martínez Sarasola.

Imagen: jarro cerámico diaguita. Obtenido de Biblioredes