"En la guerra la gente no muere rápido como en las películas, queda gritando hasta que se apaga"

"Se terminó todo. Al mediodía se firma la rendición", escuchó Diego Pérez Andrade de uno de los capitanes que vivía en la casa que alquilaba en Puerto Argentino, apenas bajó las escaleras para desayunar. Era la mañana del 14 de junio de 1982, y el general Mario Benjamín Menéndez estaba por escribir un capítulo clave en la historia de las heridas abiertas argentinas: la derrota en la guerra de Malvinas.

Pérez Andrade miró entonces por la ventana y entendió todo: dos paracaidistas ingleses caminaban por la calle, con sus armas al hombro.

El periodista de Télam sintió un escalofrío. Viajó a Malvinas para cubrir la guerra, pero nunca obtuvo una credencial como corresponsal. Y si no la conseguía el día en que se firmaba la rendición, los británicos podían tomarlo como prisionero.

"Fue muy triste", reflexiona Pérez Andrade. "Cubrir una guerra de tu propio país, y que se pierda de esa manera fue muy frustrante para nosotros".


Sentado en el único sillón que tiene su departamento en el barrio porteño de Flores, cigarrillo en mano y con el cenicero sobre un libro de fotos del conflicto bélico, Pérez Andrade recuerda la guerra como si fuera ayer, cuando viajó al archipiélago el mismo día de su cumpleaños número 29.

Hoy, casi 30 años después, reivindica a los soldados que pelearon y critica a los generales que comandaron. Además, asegura que la censura de la información se hacía "en las islas y en el continente"

Yo hablo inglés
 
Pérez Andrade se convirtió en corresponsal de guerra gracias a que sabía hablar inglés. Hijo de periodista, llevaba dos años en la agencia de noticias Télam y en 1982 cubría el horario nocturno de la sección Información General.

"La noche del 1 de abril me avisan que el jefe estaba enfermo, así que yo quedé a cargo de la redacción -recuerda-. Y sucedió algo extraño: cerca de las 21.30 trajeron un lunch y llegaron decenas de coroneles, almirantes y brigadieres. Dijeron que se iban a tomar las islas y ese era el festejo. Fue vigilia toda la noche, porque a la mañana siguiente, a las 8.30, despachamos el cable oficial".

-¿Suponía que la Argentina podría invadir las islas?

-Desde enero ya sabíamos que eso estaba preparado.

-Como ciudadano, ¿apoyaba la guerra?

­-Sí, pero yo no estaba de acuerdo con los militares. Ellos habían secuestrado a mi hermano julio en 1978 porque participaba en el ERP. Con la recuperación de las islas consiguieron meterse en el bolsillo a mucha gente, que la veía como legítima. Es muy difícil la idea, pero hay que deslindar una cosa de la otra. Porque la gente apoyó la recuperación de las islas masivamente, pero no estaban de acuerdo con el gobierno militar.

El inicio de la ocupación de Malvinas llevó a Pérez Andrade, el 5 de abril, a reemplazar al corresponsal de Télam en Río Gallegos, que servía de enlace entre los periodistas que estaban en las islas y la sede central en Buenos Aires. Debía transmitirle a sus colegas que manden notas donde los kelpers "hablen bien de la ocupación argentina".

"Coronel, los de Malvinas no están dispuestos a hacer ningún reportaje porque los kelpers no quieren y además, ninguno sabe inglés", recuerda Pérez Andrade que le dijo al por entonces presidente de Télam, el coronel Rafael De Piano. "¿Y quién habla inglés?", le preguntó su jefe, al otro lado del teléfono. "Yo", le respondió. Al instante, obtuvo una nueva orden: "Mañana mismo se va a Comodoro Rivadavia y de ahí para las islas".

Con la orden por escrito, Pérez Andrade viajó el 23 de abril hasta la ciudad chubutense, de donde partían los vuelos a Malvinas. Después de encontronazos con varios mandos militares, el 25 consiguió subir a un Fokker F27 de Aerolíneas Argentinas.

"Al avión le habían sacado todos los asientos. Iba lleno de soldados y oficiales de la 3ra. Brigada, que me cantaron el feliz cumpleaños", cuenta Pérez Andrade.

-¿Usted quería ir a Malvinas?

-¡Claro! Entrar a las islas era el objetivo de todos los periodistas del mundo. La Junta Militar había determinado que los únicos que podían vivir en las islas eran los de Télam y los de ATC. Para mí era tocar el cielo con las manos.



Vivir y trabajar en Malvinas
 
Pérez Andrade se unió al grupo que conformaban el cronista Carlos García Malod, los fotógrafos Román Von Eckstein y Eduardo Farré, y el radio-operador Juan Carlos González. "Alegando cuestiones de seguridad, ellos se negaron a volver al continente", relata.



¿Cómo era su trabajo en las islas?

-Teníamos una situación privilegiada. Como no éramos corresponsales de guerra, los militares no nos podían dar órdenes. Viajábamos muchísimo por la isla, entrábamos y salíamos por las unidades y los soldados nos contaban todo porque estaban deseosos de que se supieran sus condiciones: que estaban muertos de frío, sin armas y sin planeamiento estratégico. Nosotros escribíamos eso, pero en Télam no querían.

-¿Había censura en el continente?

-Totalmente. En rigor, en todas las guerras pasa lo mismo. El corresponsal no puede dar precisiones de las unidades, nombres de las tropas, ubicaciones geográficas, cantidad de elementos y armamento. No podés decir nada. Todo muy vago.

-¿Sabían lo que se publicaba en el continente?
 
-Sí, porque nosotros recibíamos el servicio en el teletipo. Era el único servicio informativo que había en las islas. Nuestra casa era un lugar neurálgico porque allí los militares podían informarse, bañarse y comer.

-¿Por qué?

-Porque alquilábamos una casa a una señora que se había ido con sus nietos a la estancia de una amiga, intentando escapar de la guerra. No podíamos alojar militares pero fue lo primero que hicimos, porque nos obligó Menéndez. A la semana abrías la heladera y encontrabas una granada. Era un quilombo.

-¿Cuántos vivían ahí?

-Por lo menos éramos diez. Alojamos tres capitanes y un capellán.

-Se llevaron mal con los isleños entonces.

-Con ellos tuvimos una guerra paralela. Los kelpers venían juntado odio contra nosotros y esa guerra llegó al extremo de que nos tirotearan varias veces la casa. Hasta sacamos los radiadores y los pusimos en la pared para que no entren las balas.

-Y con los militares, ¿cómo convivían?

-Llegamos a sofisticar tanto la cosa, que para evitar escenas enojosas prohibimos las jerarquías. Ahí adentro, para nosotros eran todos iguales.

-¿Ayudó a los soldados en algún momento?

-Era muy común en los supermercados ver a los soldados apiñados en la entrada, esperando que los civiles entren para comprar algo porque ellos no podían. Nos daban plata y una tirita de papel con el pedido. Los del supermercado no tardaron en comprender que nosotros éramos cinco y comprábamos para 200, y nos cerraron la canilla.

-¿Pasaban necesidades los soldados?

-Pasaban frío, necesidades y muchas incomodidades. Pero se la bancaban. Yo los vi pelear con mucha fiereza y voluntad.

-Entonces, ¿a qué atribuye la derrota argentina en la guerra?

-Cuando [el por entonces presidente, Leopoldo] Galtieri visita las islas el 23 de abril, y ordena duplicar la población de las islas, decide la guerra y la derrota argentina. Las Fuerzas Armadas no mandaron a Malvinas las tropas más adecuadas, sino a los chicos de las guarniciones subtropicales y del norte, sin uniforme de invierno, sin armas pesadas y sin artillería. Las mejores tropas estaban desplegadas en la Patagonia, contra la Cordillera, por temor a un ataque chileno. Galtieri creía que tapizando las islas de gente, aún sin armas y sin nada, iba a ganar la guerra, pero Malvinas era un escenario estrictamente aeronaval y nosotros no teníamos ni barcos ni aviones.

Final en peligro
 
"Necesito las credenciales porque si no nos van a hacer mierda los kelpers", le reclamó Pérez Andrade al jefe de prensa del gobierno militar en Malvinas, Orlando Rodríguez Mayo, luego de ver que los ingleses habían ocupado las islas. Menéndez le había prometido las credenciales el 7 de junio, pero era el final de la guerra y aún no las tenían. "Llegaste tarde -le respondió el militar-, acabamos de quemar toda la documentación".

Al periodista y sus colegas no les quedaban muchas opciones para salvarse ese 14 de junio. Estaban acorralados por los británicos y los militares argentinos se negaban a ayudarlos. Pero encontraron un "filón", como dice Pérez Andrade: la avanzada de los ingleses obligó a los heridos argentinos a dejar el hospital, que sólo tenían como escapatoria el buque Almirante Irízar.

"Entre los civiles improvisamos un tren de acarreo de heridos", grafica. "Rescatamos más de 300 heridos durante todo el día, y con cada uno de ellos llevábamos parte de nuestro equipaje, hasta que con el último subimos al Irízar. Pero tuvimos que escondernos entre las máquinas porque los ingleses nos seguían buscando. Tardamos cuatro días en llegar al continente", rememora.

-A casi 30 años, ¿qué sentimientos tiene hoy por la guerra?

-Como toda guerra perdida, es muy triste. Uno puede cubrir varios conflictos, como yo que estuve en la zona de Cachemira, donde la India y Paquistán se pelean desde hace años, pero se vive sin problemas porque no es una guerra propia. El asunto es cubrir una guerra de tu país y que se pierda de esa manera. Sobre todo porque se vivió con mucho entusiasmo y fervor.

-¿Tuvo miedo de morir?

-Un día la flota inglesa colgó una bengala encima de nuestra casa. Eso anunciaba un bombardeo. Nos metimos debajo del piso, donde había un espacio que servía de aislante del frío. Pero la bomba no cayó ahí, sino del otro lado, donde había unos soldados de la Armada. Ahí aprendimos que la gente no se muere como en las películas, rápido, sino que se queda gritando, hasta que se apaga.

-¿Aprendió algo?

-Aprendés a tirarte cuerpo a tierra en cada bombardeo y a dormir en la noche bajo un bombardeo constante. Muchas veces el silencio me molesta. Esas son las locuras de la guerra.

-Y la vida, ¿le cambió?

-Cuando fui a la guerra era soltero, flaco y tenía plata. Pero me hizo reflexionar mucho ver que los oficiales recibían cartas o casettes grabados de sus familias. "Si me muero acá no le voy a dejar nada a nadie", pensaba. Así que cuando volví me puse de novio, me casé y tuve cuatro hijos. Cuando uno está próximo a la muerte, enseguida piensa en lo que va a dejar, en su herencia, y yo no tenía nada. La guerra es una experiencia espantosa, pero muy válida.

Noticia publicada por el diario La Nación.