Ya sabemos lo que Obama no pondrá en su agenda


Habida cuenta de la inmensa expectativa que ha generado al asunción de Barack Obama en Estados Unidos, y el cambio histórico que este nuevo mandatario en el país del norte va a reportar -cuestión en la que personalmente no creo-, estuve buscando algún artículo interesante para compartir, y encontré en Clarín este que copio a continuación, escrito por el historiador estadounidense Paul Kennedy (en inglés). Después de la lectura espero, si quieren, sus opiniones para compartir.

Ya se hizo evidente que el equipo de Obama, por más inteligente, experimentado y maravilloso que pueda ser, de ninguna manera puede cubrir todas las expectativas que depositan los estadounidenses entusiasmados pero nerviosos, y las multitudes igualmente nerviosas y esperanzadas de otros países.

El presidente que asume hoy, que suena aud
az y optimista en sus discursos, pero al mismo tiempo cauteloso, reflexivo y grave, tiene el temple de un gran líder. Al mismo tiempo, sin embargo, debe hacer frente a una extraordinaria lista de problemas y desafíos. Barack Obama también debe saber que tiene que priorizar: no puede ser todo para todos; no puede satisfacer todos los deseos; no puede abordar todos los problemas del planeta. Si no se concentra, está perdido.

Hay dos áreas que exigen la atención inmediata y sostenida del gobierno de Obama. Tiene que dedicar una buena cuota de sus energías a rescatar y recuperar la economía estadounidense, así como sus redes interconectadas de comercio y finanzas globales. Pero Washington no puede concentrarse sólo en temas económicos, ya que también debe prestar mucha atención a la política global. Nuestro nuevo presidente tendrá que caminar con Adam Smith y John Maynard Keynes en una mano y con Carl von Clausewitz en la otra.

Pero, ¿qué temas podrían quedar relegados a un segundo término y cuáles se verían desplazados hacia la periferia? La lista es larga, pero vamos a limitarnos a las siguientes cuatro áreas que, por más que revisten gran interés para sus protagonistas, no tienen muchas probabilidades de llegar a la cima de la agenda de Obama. ¡Qué bueno sería que estuviera equivocado!


En primer lugar, América latina. Siempre me asombró la poca atención que los Estados Unidos le prestan al resto del hemisferio occidental, sobre todo a nuestro vecino del sur, México, pero también a países de la importancia de Brasil y Argentina. Las visitas que hice a los tres países en los últimos años sugieren que hay un anhelo generalizado de una relación respetuosa y equilibrada con su primo del norte. ¿Pero Washington les prestará mucha atención aparte de una o dos visitas presidenciales simbólicas? Lo dudo. Damos a América latina por descontada, y sería notable que Obama pudiera romper con esa línea de pensamiento.

En segundo lugar, África. Suena ridículo, lo sé. Toda la retórica de la campaña del nuevo presidente sugiere que el destino del continente en el que se encuentran sus raíces familiares es muy caro a su corazón. Puede ser, pero qué puede hacer el nuevo gobierno por ayudar a África es una verdadera incógnita. La mejor ayuda, y la más inmediata, sería generar un abrupto aumento de los precios de las materias primas del mundo -café, maní, caucho, petróleo, madera, fosfato- que revirtiera sus menguantes exportaciones, les proporcionara divisas fuertes y empleos. Pero la actual depresión mundial hace que eso resulte improbable y, dado que importan tantos de esos productos, los Estados Unidos prefieren que los precios de las materias primas bajen.


En tercer término, la reforma de los sistemas de las Naciones Unidas y Bretton Woods. En fin, buena suerte. Cualquiera puede darse cuenta de que las estructuras políticas y de seguridad, así como las económicas y financieras, de 1944 y 1945 resultan del todo anticuadas en este siglo. En realidad, lo más probable es que ya fueran anticuadas en 1980. Un sistema de seguridad global en el que sólo cinco de los 192 países tienen poder de veto y el privilegio de ser miembros permanentes (como por ejemplo en el Consejo de Seguridad de la ONU) y tres de esos cinco están en un proceso de relativa declinación a largo plazo -Gran Bretaña, Francia y, admitámoslo, la Rusia de Putin- es un completo absurdo. Dado que los cinco miembros permanentes no renunciarán a sus poderes, lo menos que pueden hacer es permitir que India y Brasil se sienten a su mesa. Sin embargo, eso no puede formar parte de las prioridades del nuevo Washington, así como tampoco ningún cambio significativo del equilibrio de poder del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.


En cuarto lugar, Europa, la UE, las relaciones transatlánticas en general. Esta conclusión puede provocar reacciones en Berlín, Roma, Londres y París (¿qué cosa no genera reacciones en París?), pero sospecho que la admiración paneuropea por Obama -¿recuerdan los 200.000 seguidores que se dieron cita en la Puerta de Brandemburgo?- no derivará en una identificación recíproca de Europa como el faro de la estrategia y la política exterior de los Estados Unidos. Europa está bien como está. No es un problema, como China, Rusia, Oriente Medio, Irán. Es cada vez de menor ayuda en el plano militar y en el estratégico. Sin duda es importante en términos de coordinación económica, pero eso es algo que Nueva York maneja mejor que Washington. Para decirlo en términos simples, la extraordinaria estima que Europa siente por Obama no encontrará una actitud recíproca del otro lado, si bien sin duda vamos a escuchar muchos discursos bonitos sobre una relación perdurable y sólida en los próximos años. Como sea, el nuevo presidente tiene temas más importantes en los que pensar.


Los gurúes, entonces, están en lo cierto. Rescatar la economía estadounidense y preservar el orden geopolítico tienen que ser las dos prioridades principales del nuevo gobierno de Obama. El resto, incluso temas tan importantes como África, América latina, Europa y la ONU, está por debajo. Los maravillosos diplomáticos cínicos franceses de una época anterior lo habrían reconocido. Después de todo, ¿cuál era su frase predilecta? Gouverner, c'est choisir. "Gobernar es elegir." Siempre lo fue.

Imagen: Paul Kennedy, de la Universidad de Yale.