La mujer espartana



A diferencia de otras sociedades griegas, la mujer espartana disfrutaba de una relativa libertad y automonía, que les permitía ocuparse de actividades comerciales o literarias, entre otras posibilidades.


Desde niñas recibían una educación parecida a la que recibían los varones, entrenándose en gimnasia, música y deportes; se las alimentaba bien para que tuvieran buena salud y se las preparaba para ocupar un lugar central en la sociedad lacedemonia: el de madres de los espartiatas.


Su formación tenía lugar en las thiasas o "asociaciones" femeninas, donde se establecía una relación entre las jóvenes y sus tutoras parecida a la relación entre los varones y sus pedónomos.


Las espartanas (una vez superada la niñez, etapa en que la diferenciación sexual no era fuerte) usaban un atuendo ligero: el peplo dorio, con la falda abierta que dejaba al descubierto buena parte de las piernas y permitía, por tanto, gran movilidad.


El matrimonio, al que todos los espartanos estaban obligados -por su finalidad estrictamente reproductiva-, estaba altamente ritualizado en esta sociedad. La mujer llegaba a este punto contando 24 o 25 años, edad avanzada si tenemos en cuenta los parámetros de otras sociedades de la antigüedad clásica.


Los esponsales se llevaban a cabo mediante el rapto del cónyuge femenino, acción que ha sido interpretada como los restos de una primitiva usanza que pervivía en la isla de Samos, y en un mito en que Zeus raptaba a Hera de Eubea y se unía a ella en una gruta. Con este rito, el hombre demostraba su astucia para cumplir sus cometidos sin ser visto.


Antes de la ceremonia del rapto, la mujer era vestida como un muchacho, se la calzaba con sandalias e incluso se la perfumaba con olor varonil y esperaba a su prometido en una habitación a oscuras. Al parecer esta costumbre obedecía a que los hombres pasaban la mayor parte del tiempo entre sus compañeros, por lo cual al tener la mujer estas características, los hombres no extrañaban la diferencia, siendo además que al poco tiempo volvían a morar entre sus compañeros.


La unión, realizada en secreto al final de la agogé era una prueba, la mujer debía demostrar su capacidad para engendrar hijos y, en caso positivo, al llegar el hombre a los treinta años, la unión se formalizaba. Sin embargo, aunque esta formalización daba inicio a la familia, los cónyuges pasaban poco tiempo juntos, estando el hombre dedicado a sus propias obligaciones en compañía de sus compañeros.


Por otra parte, los espartanos no condenaban el adulterio, de hecho un hombre podía compartir su mujer con otro y quedarse con los hijos de esta relación como propios a fin de asegurarse un heredero para su klerós, por ción de tierra otorgada por el estado a los espartiatas.


Las mujeres espartanas no podían participar de los órganos de gobierno, ni acceder a cargos públicos, ni intervenir en las reuniones de los hombres, ni en el ejército, pero tampoco estaban obligadas a las labores domésticas, para las cuales contaban con esclavas. Tenían, en cambio, la responsabilidad de concebir y preparar a los hijos hasta los siete años, momento en que la educación pasaba a manos del estado.


En determinados casos, eran las administradoras de los bienes familiares, llegando en algunos casos a amasar grandes fortunas. Sólo heredaban en caso de que no hubiera hermanos varones con vida, en cuyo caso podían llegar a obtener la propiedad de grandes porciones de tierra.


En Esparta, y en los casos enunciados, la mujer heredaba por derecho propio, con lo cual no debía casarse con el pariente más cercano para mantener su herencia intacta. Esto posibilitó que algunas mujeres acumularan tales riquezas y cantidad de tierra que les permitió competir con los hombres en influencia y prestigio.


Imagen: Lena Headey, en la piel de la reina Gorgo, para el filme 300