La ejecución de Severino di Giovanni según Arlt


Severino de Giovanni fue un militante anarquista italiano que se radicó en Buenos Aires, llevando adelante allí la mayor y más fuerte parte de su actividad política. Su ejecución por parte del gobierno argentino presidido por José F. Uriburu en 1931 fue retratada magistralmente por Roberto Arlt, periodista y escritor argentino, y una de las plumas más célebres del también célebre diario Crítica.

A continuación, movido por el relato de Arlt, un extracto de la biografía de Di Giovanni que aparece en la Wikipedia, seguido del Aguafuerte Porteña "He visto morir", de Arlt.

Di Giovanni nació el 17 de marzo de 1901 en la región de los Abruzzos, Italia, a 180 kilómetros del este de Roma. Durante su infancia se vio fuertemente impactado por las imágenes de la primera posguerra: hambre, pobreza y soldados mendigando en las calles. Severino empezó a rebelarse desde pequeño a cualquier tipo de autoridad.

Llegó a Buenos Aires en la ultima gran oleada de inmigrantes italianos, en su mayoría gente muy pobre y analfabeta. A ellos dirigiría Severino la mayor parte de su propaganda política y escritos, principalmente a través su diario más célebre 'Culmine', que escribía durante las noches ya que trabajaba como tipógrafo u obrero durante el día. Fue un momento propicio a que muchos otros anarquistas italianos se organizaban en Argentina, siendo el país sudamericano donde las ideas libertarias más se propagaron. Los eventos retratados en La Patagonia Rebelde, película basada en el libro homónimo de Osvaldo Bayer, muestran la respuesta del gobierno a los insurgentes: la masacre. Di Giovanni también participa y protesta en actos en solidaridad por el arresto y homicidio de Sacco y Vanzetti, dos inmigrantes italianos que acusados injustamente de un robo fueron ejecutados en 1927 en Estados Unidos.

He visto Morir...

Roberto Arlt.
Aguafuertes porteñas.

Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanasos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de Culatas. Más sombras que galopan.
Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.

La letanía.

Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como silla de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas cuya luz castiga la obscuridad. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial.
<<...de acuerdo a las disposiciones... por violación del bando... ley número...>>
El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas.
Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte.
<<...artículo número...ley de estado de sitio... superior tribunal... visto... pásese al superior tribunal... de guerra, tropa y suboficiales...>>
Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro la fuerza tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene sereno.
<<...estamos probando... apercíbase al teniente... Rizzo Patrón, vocales... tenientes coroneles... bando... dése copia... fija número...>>
Di giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con atención, parece que analizara las cláusulas de un contrato cuyas estipulaciones son importantísimas. Mueve la cabeza con asentimiento, frente a la propiedad de los términos con que está redactada la sentencia.
<<...Dése vista al ministro de Guerra... sea fusilado... firmado, secretario...>>

Habla el Reo.

-Quisiera pedirle perdón al teniente defensor...
Una voz: -No puede hablar. Llévenlo.
El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quien sabe!.
El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate.
Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar.
Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita:
-Venda no.

Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso.
Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se ordena a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero, retirarse unos pasos.
Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
-Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
-¡Viva la anarquía!
-¡Fuego!

Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas.
Fogonazo del tiro de gracia.

Muerto.

Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez de Última hora, Enrique Gonzales Tuñón, de Crítica y Gómez, de el Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
-Está prohibido reírse.
-Está prohibido concurrir con zapatos de baile.

Fuentes:

Wikipedia
Taringa!, de donde se obtuvo el relato de Arlt.
Imagen: Severino Di Giovanni a los 29 años, edad a la que fue ejecutado. De Galeón

NdE: Por si hiciera falta aclararlo, esta entrada no busca resaltar la figura de un hombre que mostró una gran capacidad para la brutalidad y la violencia, ni se busca poner en valor el ideal anarquista. Simplemente, y como en todos los casos, compartir hechos y textos que retratan una partecita de la historia.