La historicidad de los Evangelios

El carácter histórico o mitológico que se asigna a los Evangelios que relatan vida y obra de Jesús ha suscitado siempre polémicas e interpretaciones desde diferentes puntos de vista. Aquí, y gracias a un artículo firmado por Luis H. Rivas en el nro. 187 de la revista Criterio (mayo de 1991), damos un pequeño repaso por esos puntos de vista. Si bien han pasado unos años de la publicación de este artículo, en las búsquedas que pude realizar no encontré diferencias sustanciales. Por lo tanto, además de la lectura, quedan invitados los que quieran a aportar elementos nuevos.

Rivas indica que el filósofo francés Claude Tresmontant dirigió un importante trabajo de traducción al francés de los Evangelios, que fueron publicados entre 1984 y 1988. En esos trabajos, ampliamente complementados con notas y comentarios, se introducía al lector en la hipótesis de que los Evangelios contienen las mismas palabras que Jesús pronunció y que fueron oportunamente recogidas por testigos. Siguiendo esta hipótesis, el trabajo de "composición" del Evangelio requiere de la intervención de tres personas: el testigo que oyó a Jesús y lo narró a un traductor (al griego) quien, a su vez, lo contó a un escriba que lo puso por escrito en griego asimismo.

El autor acusa que Tresmontant se niega a admitir lo que los investigadores bíblicos comúnmente aceptan: que la comunidad primitiva ha tenido participación en la redacción de las palabras de Jesús que figuran en el Nuevo Testamento. Y no se puede dejar de ver que durante muchos -muchísimos- años la gente leyó los Evangelios como la reproducción exacta y fiel de lo que Jesús había dicho y hecho. Ni más, ni menos. Sin embargo, si tenemos en cuenta el debate que ha tenido lugar en los dos últimos siglos acerca de la historicidad de los Evangelios, ya no podremos seguir pensando y leyendo del mismo modo.

Hasta fines del siglo XVIII los Evangelios se leían en la convicción antes señalada de veracidad total. Pero llegaron los pensadores racionalistas a examinar estos escritos prescindiendo e incluso negando toda domensión sobrenatural.

En 1778 el profesor alemán de lenguas orientales H. S. Reimarus dio comienzo a la crítica negando toda historicidad a lo que los Evangelios dicen sobre dichos y hechos de Jesús. En realidad, todo era un fraude de los discípulos para disimular el fracaso y la muerte de aquel. A partir de ese momento, la crítica estableció una separación entre lo que dicen los Evangelios y lo que Jesús hizo y dijo. Es en ese momento en que se acuña una nueva terminología que todavía hoy siguen vigentes: El Jesús de la Historia y el Cristo de la fe.

En la misma época apareció la hipótesis de G. Paulus -teólogo alemán-, para quien todo lo narrado en los Evangelios se explica por los poderes soprendentes de Jesús y por la simplicidad e ignorancia de los discípulos, que exageraron los hechos.

A comienzos del siglo XIX los investigadores David Strauss y F. Ch. Baur mantienen la misma línea, siendo Bruno Bauer el más radicalizado, negando la existencia de Jesús. En Francia, por otra parte, el espíritu de la Enciclopedia no se alejaba mucho de las afirmaciones de los alemanes.

En oposición nació la escuela liberal de investigación de la vida de Jesús, denominada Leben-Jesu Forschung. Esta escuela pretendía presentar a un Jesús liberado de todos los añadidos con que el dogma eclesiástico lo había oscurecido. Sin embargo hubo en aquel momento quienes consideraron "impracticable" un rescate de la figura del Jesús histórico.

Por otra parte, la inquietud no se reducía a la figura de Jesús, sino que había otros pensadores que estaban en realidad preocupados por el origen de los textos.

En 1832 el racionalista alemán F. Schleiermacher presentó la hipótesis "de las dos fuentes", que abona la idea de que detrás de los Evangelios existe, además de otra u otras formas, a la que denomina con una sigla ("Q"), y que sería un documento con frases de Jesús, enteramente en arameo, y que habría sido posteriormente traducida al griego.

Ya en el siglo XX apareció la Escuela de la Historia de las Formas (Formgeschichte) que, entre sus principales afirmaciones dice que: 1) los evangelios no son una obra monolítica, sino una composición de breves fragmentos, que antes de formar parte del Evangelio han tenido un origen y una historia independiente. Estas perícopas (tal el nombre de esos fragmentos) han circulado en las comunidades hasta que un redactor las compiló, siendo los evangelistas meros recopiladores y reproductores de textos que ya circulaban en las comunidades del cristianismo primitivo. Y 2), que las perícopas han sido creadas por la comunidad porque su contenido es mitológico.

Hay un supuesto racionalista en la Formgeschichte que le impide aceptar los elementos sobrenaturales, y al contener este tipo de cuestiones, el relato no puede tener valor objetivo, con lo cual se termina negando la historicidad de los hechos narrados y se establece una actitud de escepticismo respecto del conocimiento que se puede tener de los verdaderos hechos y dichos de Jesús.

La diferencia, entonces, entre los pensadores que la antecedieron y la Formgeschichte radica en que los primeros buscaban abandonar los elementos sobrenaturales para ir en busca del Jesús de la Historia, en cambio los últimos dejan de lado al hombre para quedarse con el Cristo, y con los elementos que ellos mismos denominan "mitológicos".

Si bien puede parecer paradójico, es en este punto donde los autores de esta corriente empiezan a manifestarse como "creyentes": esos mitos deben ser desmitologizados y reformulados. Para ellos, lo que importa es lo que el Cristo del evangelio dice para que el hombre pueda pasar de su existencia inauténtica a su auténtica condición de discípulo, independientemente de lo que se pueda decir -o no- sobre la historia de Jesús.

La Formgeschichte también recibió críticas. La Escuela de la Redacción indica que los evangelistas no fueron meros recopiladores de textos primitivos, sino que como verdaderos autores seleccionaron y reelaboraron el material de acuerdo al fin que cada uno de ellos se proponía. Los hechos y dichos de Jesús quedaron presentados de tal manera que el lector pudiera escuchar la voz de un predicador que le anunciaba al Señor. De acuerdo con esta Escuela es perfectamente justo, entonces, hablar de cuatro teologías: la de Juan, la de Mateo, la de Lucas y la de Marcos.

La afirmación de que los textos primitivos también fue rechazada por la Escuela de la Historia de la Tradición, que afirma que antes que los textos existían las tradiciones orales, e intenta descubrir las tradiciones que subyacen en los textos evangélicos. El P. León Dufour, uno de los exponentes de esta Escuela (el otro es el protestante J. Jeremías), se centra en descubrir los elementos que no pertenecen al contorno de la iglesia primitiva sino al judaísmo de los tiempos de Jesús. Dufour no busca con esto restaurar las palabras de Jesús tal como él las dijo, sino establecer que la fe de la Iglesia se apoya en el mismo Jesús, y no en los mitos de la iglesia primitiva.

En 1964 la Pontificia Comisión Bíblica reconoce en una Instrucción que en el método de investigación de la Escuela de la Historia de las Formas (Formgeschichte) es posible encontrar eventuales elementos positivos, aunque se destacan los prejuicios racionalistas de algunos de los autores de esta Escuela, como la falsa noción de fe, la negación a priori de la validez histórica de los Evangelios, y la exageración del papel creador de la comunidad al no reconocer el valor de testigos que tuvieron los apóstoles.

En su segunda parte el documento da una descripción del origen de los Evangelios -que fue luego retomada por el Concilio Vaticano II- en la que se describen las tres etapas en que esos escritos nos llegan. 1) la predicación del propio Jesús, 2) la predicación de los apóstoles y 3) los escritores, que trabajaron sobre la base de las necesidades de las comunidades cristianas, recurriendo a la amplia documentación originada en el trabajo de predicación de los apóstoles.

Por otra parte, es destacable que las mismas palabras que aparecen en boca de Jesús, en la mayoría de los casos, se encuentran redactadas de manera diferente. Lo que los evangelistas han hecho, dice Rivas, siguiendo la huella de los apóstoles es actuar como verdaderos intérpretes de las palabras de Jesús, y no como simples repetidores. De este modo, vemos que Mateo presenta un texto con muchas alusiones al Antiguo Testamento, mientras Lucas se destaca por un número sensiblemente menor de las Bienaventuranzas.

Para concluir, no es que haya diferentes traducciones del mismo texto, sino una misma idea original elaborada de diferentes maneras, reflejando distintas teologías.

Imagen: Juan Evangelista. Tomada de EWTN