Hombre blanco no entender - Ensayo


Nuevamente quiero compartir con ustedes un trabajo de reflexión. En este caso en el marco de Historia Americana leímos la Carta Abierta al Hombre Blanco, escrita en 1855 por el Jefe Seattle, cacique de los suwamish, quienes habitaban el área noroeste de los Estados Unidos. En esta carta, que se puede leer aquí, el Jefe Seattle plantea diferencias muy profundas de concepción de la tierra y la vida entre su gente y el hombre blanco.
A continuación, mis reflexiones acerca de ello.

El texto resulta interesante porque, por supuesto, está despojado de la visión hegemónica y eurocécntrica/etnocéntrica que caracteriza los escritos relacionados con la apropiación de la tierra por parte de los europeos y/o blancos en los diferentes lugares del continente americano donde tuvieron lugar las guerras de conquista que, además de despojar a los pueblos originarios de sus lugares de pertenencia, tuvieron como saldo el genocidio, que halló su justificación y basamento teórico en el salvajismo de los conquistados.

Yendo a las cuestiones propuestas para el análisis del texto, para el Jefe Seattle -y de aquí se desprende que para el pueblo Suwamish-, la propiedad de la tierra está ligada a la existencia misma del hombre en su ámbito. Él indica que el hombre de piel roja es parte de la tierra y viceversa. Por lo tanto, la propiedad no está dada por la posesión u ocupación por sí, sino por una serie de creencias y prácticas que tienen que ver con el cuidado y amor por la tierra, que es en definitiva, cuidado y amor por el hombre y su propia existencia.

De ahí que, si bien promete estudiar la oferta de compra del Gran Jefe de Washington (el presidente F. Pierce), realiza una serie de advertencias acerca de ciertos tópicos que deben comprenderse antes de interactuar con la tierra.

Respecto de los recursos naturales, se advierte acerca de la sobreexplotación, cuestión que se dio también en América del Sur con el palo brasil, el azúcar y los metales preciosos entre otros ítems. Lo que me llama más la atención es que el Jefe Seattle remarca que los Suwamish sólo matan lo que necesitan para vivir, en tanto que el hombre blanco dispara a los animales desde los trenes, con lo cual los cadáveres quedan tirados, nadie aprovecha el producto de la cacería y se altera el equilibrio natural. El indio entiende, aunque no lo diga en estos términos, su lugar en la cadena alimenticia, pero comprende también que necesita mantener un equilibrio lógico para mantener este lugar de privilegio.

El mismo principio se aplica a bosques y llanuras, lugares donde los Suwamish encuentran la paz, mientras que el hombre blanco elige “borrar” estos sitios y construir las ciudades “civilizadas”. El blanco conquista, usa y abandona. En cambio el Suwamish prefiere “convivir” con su tierra, y de ella y para ella.

De los puntos anteriores se desprende, entonces, que para los Suwamish la vida es tal siempre que exista una armonía palpable entre el hombre y el medio ambiente que lo sostiene. El resto, es decir, la expoliación de recursos, el avance brutal de la maquinaria de construcción, de las ciudades con alta densidad poblacional y de ruidos y el consumo indiscriminado de recursos naturales, es “sobrevivir”.

La relación con Dios se plantea, también, desde ángulos opuestos. Para los blancos, Dios camina a su lado y habla con ellos, de amigo a amigo. Pero al parecer el hombre blanco no conoce a su propio Dios, y por causa de ese desconocimiento actúa como lo hace. El Suwamish entiende, equiparándose por única vez al hombre blanco, que Dios es el mismo para toda la Humanidad. La diferencia radica en los modos de actuar. Mientras unos no ven que los desprecios que se hacen a la tierra y a los hombres se le hacen al mismo Dios, los otros buscan, una vez más, la armonía entre los hombres y con la naturaleza y, por ende, con Dios.

Por último, se plantean algunas cuestiones interesantes respecto del análisis que realiza R. Chartier respecto de la colonización del pensamiento y de la “inmanencia y la representación”.

Porque lo dice la introducción al texto sabemos que se trata de una declaración del S. XIX, pero además lo percibimos en la concepción de un único Dios para toda la humanidad, fruto de los procesos evangelizadores. Sin embargo, Seattle no dice que el río es “como” la voz de del padre de su padre. Dice que efectivamente lo es. La idolatría resulta extraña a los ojos del europeo/blanco, criado en la ortodoxia de que la imagen es sólo “representación de”. Sin embargo, para los aborígenes, la imagen de la cosa es la cosa misma y el poder que la cosa pudiera tener. Del mismo modo que para los egipcios de la época preestatal conocer el nombre de las cosas era conocer la cosa en sí, para los aborígenes la tierra es todo lo que alberga. Si en la tierra en que habitan y los alimenta están sus antepasados, la tierra es sus antepasados, de ahí el carácter sagrado que tiene para ellos, y del que carece totalmente para los otros.


Imagen: Dale que dale