¿Qué es la historia? Ensayo



Con una parte del texto de Carr “¿Qué es la Historia?”, se nos propuso una reflexión acerca de algunas cuestiones centrales en la tarea del historiador. Hecha la presentación del caso, comparto con ustedes estas ideas surgidas de la lectura. Al comienzo encontramos críticas a las corrientes positivistas, que pretendían estudiar la Historia, en tanto ciencia, a través del mismo modelo científico de las ciencias naturales. Tal visión contiene un error grave desde el punto de vista de que lo que pretende el positivismo con esta línea de trabajo, es anular la relación entre sujeto y objeto. Lo que se pretende es, entonces, separar el hecho de la interpretación que alguien puede hacer sobre éste. Tal operación es posible en las ciencias naturales debido a las características de los objetos de estudio. Mas las ciencias sociales, como la Historia, y aún más desde la visión y compresión actual que tenemos de la Historia, requieren una interacción entre sujeto y objeto que conduce a la interpretación, y esta entendida como la mirada propia y honesta de un sujeto frente a un objeto. Los Siglos XVIII y XIX presentan una gran contribución en el campo científico. La entrada en el periodo moderno implica, entre otras cuestiones, un desplazamiento de la figura de Dios como el gran ordenador que provee armonía universal y respuestas a cada interrogante. El hombre debe salir al mundo, afrontarlo y encontrar en él las respuestas a las preguntas que en mayor o menor medida lo han seguido a través del tiempo. Es por ello que en este periodo aparecen ciencias tales como la arqueología, la epigrafía, la numismática, la cronología y otras que significan un aporte para la tarea del historiador. Carr se pregunta, asimismo ¿qué es un hecho histórico?, y afirma que, según el punto de vista del sentido común, existen hechos básicos que son los mismos para todos los historiadores y que constituyen la espina dorsal de la historia. Dice, además, que el historiador debe ser preciso al brindar datos tales como fechas, lugares y nombres, y que para ello puede ayudarse con las ciencias auxiliares de la historia. Sin embargo, para este autor, la necesidad de fijar estos datos no responde a ninguna cualidad particular de los hechos, sino a una decisión del historiador. Los hechos no hablan por sí mismos. Lo hacen sólo cuando el historiador apela a ellos. Es el historiador quien decide que un hecho pertenece a la Historia. Lo que existe, y en todo caso queda destacada, es una decisión subjetiva. El historiador se halla a sí mismo frente a un pasado (que por otra parte elige) para descifrarlo. Es ese pasado la cosa en sí, a la que no podemos llegar, pero que dialoga con nuestro presente, a través nuestro, y serán nuestras decisiones las que lleven a ese pasado a “decir” algo acerca de sí. Frente al pasado, entonces, al decidir qué es un hecho perteneciente a la Historia y qué no, el historiador debe decidir entre recordar y olvidar, siendo honesto a la hora de decidir. A lo largo de la Historia, muchos grupos han luchado, y luchan aún hoy, para que se recuerde su versión, para que no se olviden ciertos hechos puntuales. La honestidad del historiador reside entonces, según mi parecer, en dos cuestiones: Una, no caer en cuestiones políticas acomodaticias. En segundo lugar, pero no por eso menos importante, ser lo suficientemente íntegro e inteligente para permitirse en algún momento (si las circunstancias lo requieren) cambiar su mirada. Siempre es importante documentar el trabajo del historiador, estar apoyadas las afirmaciones sobre la base de testimonios sólidos, de fuentes verificadas, de investigaciones serias que conduzcan, en último término, a que estos hechos que el historiador analiza entren en la categoría de Historia, de acuerdo con los puntos de vista académicos. Es este diálogo, esta relación de la que venía hablando, aquello que Carr rescata, y que le faltaba al positivismo. Le faltaba, dice, una “filosofía de la historia”. “La filosofía de la Historia no se ocupa ‘del pasado en sí’ (dice Carr parafraseando a Collingwood) ni ‘de la opinión que de él en sí se forma el historiador’, sino ‘de ambas cosas relacionadas entre sí’”. Esta afirmación se contrapone radicalmente al nivel sacro asignado al hecho desde el punto de vista positivista, porque es justamente una “manera de pensar o de ver las cosas” (Según el diccionario on-line www.rae.es) lo que el positivismo no acepta.
De hecho, afirma Carr que para algunos historiadores de esta corriente, lo principal es la acumulación de documentos que reflejen los hechos, y deja entrever que pareciera en algunos casos no contarse con suficiente cantidad de documentación fidedigna que permitiera una escritura de la Historia.
Estas corrientes, que cuestionan la visión “objetiva” de la Historia, llegarán hacia finales del S. XIX desde Alemania primero e Italia después. Es el italiano Croce quien afirma que toda historia es contemporánea, que el pasado debe observarse que los ojos del presente y a la luz de los problemas de ahora. El historiador debe valorar más que recoger datos porque, si no valora ¿cómo sabe qué es lo que amerita ser recogido?. Los ejemplos, tanto en el texto de Carr como en otros textos académicos, sobre el uso político de la Historia abundan. Cita, por caso, la construcción hecha en Atenas en el S. V A.C., y se pregunta qué pensaban quienes estaban fuera de este círculo de poder que delimitó la Historia de su época y con ella nuestra propia manera de percibir aquel tiempo. Ejemplifica con la imagen profundamente cristiana del hombre de la Edad Media, un “mito” que –afirma- no ha podido ser destruido; y establece la diferencia cuando afirma que la Revolución Rusa de 1917 terminó con la imagen del campesino profundamente devoto. Sin embargo, Carr advierte que “no puede deducirse, el hecho de que una montaña parezca cobrar formas distintas desde diferentes ángulos, que carece de forma objetiva o que tiene objetivamente infinitas formas. (No puede deducirse...) que todas las interpretaciones sean igualmente válidas y que en principio los hechos de la Historia no sean susceptibles de interpretación objetiva”. Los dice frente a lo que el llama “el escepticismo más total” por parte de Collingwood, quien según su editor afirmó en una nota -conocida después de su muerte- que “San Agustín vio la historia desde el punto de vista de un cristiano primitivo; Tillamont, desde el de un francés del S. XVII; Gibbon, desde el de un inglés del XVIII; Mommsen desde el de un alemán del XIX; a nada conduce preguntarse cuál era el punto de vista adecuado. Cada uno de ellos era el único posible para quien lo adoptó”. Si bien, por lo que hemos visto hasta acá, el historiador no tiene más remedio que elegir sobre qué ha de contar, en qué términos y con qué palabras, esta también es una puerta abierta.

Mini biografía de Edward Carr