Reflexiones sobre nación y nacionalismo - III y final

La tercera consigna: "Reseñar las dos posiciones planteadas respecto a la relación entre etnicidad y nacionalismo, según Callhoun"

El trabajo de Callhoun aborda la idea de nacionalismo desde dos ópticas diferentes, aunque no contrapuestas e incluso complementarias. El autor habla de “la identidad nacional y la etnicidad primordial (que) son dos maneras de responder a los problemas en las reivindicaciones temporales de la nacionalidad (…)” .

Por un lado, Callhoun plantea el problema de “la etnicidad como historia”, que desarrolla con una revisión casi historiográfica de lo que algunos autores han afirmado, rebatido, discutido y postulado acerca de la relación entre la etnicidad, la idea de nación y el nacionalismo.

Entre muchas afirmaciones interesantes, que el autor obviamente ha ido eligiendo sobre la base del discurso que quiere construir, está la que hace citando a Hobsbawm, quien “ha buscado desafiar la noción de que el nacionalismo puede ser explicado por la etnicidad pre-existente” .

Por mi parte, me parece central la idea que Callhoun exhibe al final del apartado cuando dice que “es común, pero no universal, para los líderes nacionalistas enfatizar los supuestos acerca de la primordialidad. (…)” , porque es a través de estas reivindicaciones que aquellas minorías que señalábamos en el punto anterior llegan a los sujetos. Basta pensar, como han citado tanto Hobsbawm como Gellner, los sistemas educativos, encargados de reproducir el modelo imperante.

Luego el autor presenta una reflexión acerca de “historia, etnicidad y manipulación”, donde afirma que “los orígenes étnicos son un tema dominante en la retórica nacionalista. Al mismo tiempo, algunos discursos nacionalistas se centran en grandes actos fundacionales o en revoluciones (…)” y refiere cómo algunos usos ponen el énfasis en el “maquillaje” de los sucesos históricos problemáticos, cómo en diferentes momentos los líderes nacionales han reivindicado la historia nacional en busca de justificaciones del presente, en sus palabras, “el grado en que el nacionalismo es manipulado por las élites en su búsqueda de ideologías que legitimen su poder y movilicen a sus potenciales seguidores (…)” .

Al respecto, el autor expone largamente la desintegración de Yugoslavia en la década de 1990, conflicto que llevó a las distintas parcialidades componentes del país a las armas, arrastrando a los bandos al empleo de técnicas como la “limpieza étnica”. Muy sucintamente, el conflicto se desata con la caída del comunismo soviético, y tiene un componente económico central. Eslovenia y Croacia, las regiones más “occidentalizadas” del país tenían economías más proclives y abiertas al contacto con el “mundo occidental”, en tanto que Serbia, con su industria pesada, tenía sus contactos en el mundo conformado por la ex Unión Soviética y sus satélites. Las primeras eran regiones pujantes, que por lo tanto habían sido gravadas para el sostenimiento de la economía poco dinámica de Serbia, además de sostener al ejército, compuesto mayormente por efectivos serbios. La caída del comunismo soviético, acompañada de incitaciones de carácter étnico cultural, religioso, propició el clímax del conflicto que acabó en la disgregación del país. Lo paradójico, en todo caso, es que esas etnias (no tan distantes entre sí, de acuerdo con Callhoun) habían convivido, competido y compartido durante cientos de años, y la historia de Yugoslavia no puede reducirse, como dijo el entonces Secretario de Estado norteamericano (Warren Christopher) a un “odio étnico inmemorial”.

Tanto interna como externamente, sentimientos de pertenencia a determinados grupos, fueron exacerbados al máximo. Occidente “olvidó” el intentó multiétnico de Yugoslavia, la paz con que se vivió en Bosnia, las competencias interreligiosas de clavados, etc., para dar la bienvenida a la independencia de los nuevos Estados “amigos”, y tratar de “mitigar el dolor” enviando a la Cruz Roja al escenario del conflicto.

En esta reflexión del autor, entonces, lo que va a quedar claro es cómo se puede “retorcer” el sentimiento nacionalista honesto, sincero, sin extremismos, en pos de la validación del poder, de la consecución de objetivos de carácter económico o cualquier otro.