Dificultades en el comercio marítimo entre España y las Indias


En los siglos XVI y XVII los corsarios constituyeron un peligro constante para la nevagación en las Indias, del mismo modo que continuaron siéndolo hasta el siglo XIX en el mar Mediterráneo y en el Lejano Oriente.

Durante los primeros cincuenta años tras la llegada de Colón, la ruta española entre América y las Canarias y las Azores fue una zona en la que los buques españoles fueron acosados constantemente por corsarios franceses.

Estos y otros piratas -poco tiempo después holandeses e ingleses, sobre todo, también se sumarían- recorrieron toda la región del Caribe en busca de los cargamentos españoles y asolando asimismo a las colonias.


Faltos de mecanismos eficaces de defensa, los barcos caían presa de los piratas, en tanto que las colonias, mal provistas de fortalezas, cañones e incluso carentes de soldados regulares en muchos casos, terminaban pagando gruesos rescates para deshacerse de los asaltantes.


Ante esta perspectiva, las autoridades de Sevilla se quejaron del estado de indefensión de las ciudades americanas como Santa Marta, Nombre de Dios, Cartagena y La Habana, y junto a la audiencia de Santo Domingo incentivaron en diversos momentos la construcción de flotillas para la defensa de la zona caribeña.
Tales iniciativas tuvieron poco eco, por lo cual los franceses continuaron azotando la zona a voluntad, al punto que en octubre de 1554 una partida de trescientos hombres desembarcó en Santiago de Cuba, la ocupó durante treinta días y se alzó con un carísimo rescate. La guerra, permanente entre España e Inglaterra en aquellos tiempos, llegó a su fin en los primeros años del siglo XVII, con la llegada de la casa Estuardo al poder y la propuesta de paz de Jacobo en 1604.

Los piratas franceses fueron sucedidos por una generación de comerciantes y agricultores, con lo cual hubo calma en las actividades comerciales entre las colonias y España.
Durante el siglo XVII, y a pesar de ataques constantes por parte de corsarios ingleses y holandeses, rara vez ocurrió la captura o destrucción de las flotas del tesoro español que, obviamente, constituían un anhelo central de estos asaltantes.

Se requería para tal empresa una escuadra muy poderosa, cosa que ocurrió el sólo tres oportunidades: 1628, 1656 y 1657, siendo los holandeses los primeros en lograrlo.
La seguridad de estas flotas del tesoro, tanto como de otras flotas mercantes que transportaban todo tipo de productos provenientes de las colonias, era indispensable para la solvencia de la Corona, que veía el lento pero inexorable declive del país, y que no se detuvo sino hasta el siglo siguiente, cuando los reyes de la casa de Borbón comenzaron a implementar políticas económicas y administrativas más agresivas.

Por ello, mientras los holandeses llegaban a las costas de Chile y Perú, además de continuar con sus ataques en la zona del Caribe y el Atlántico, las autoridades españolas necesitaban fijarse bien a quiénes escogian para el mando de sus naves.
Por otro lado, la necesidad de protección, tanto para las colonias como para las flotas, seguía en veremos, ya que con diversos pretextos, la creación de una armada seguía sin concretarse.

Fuera por los costos de tal empresa, fuera por el riesgo de que cayera en manos de una potencia hostil, la desprotección de las mercaderías que se despachaban desde las colonias hacia una España cada vez más pobre seguía sin concretarse, al extremo que los holandeses ya habían establecido su base de operaciones en Pernambuco, Brasil.


La progresiva decadencia marítima de España quedó clara cuando en 1655 el general inglés Venables salió de Port Royal con instrucción de "ganar alguna ventaja". Esa ventaja suponía la toma de algún territorio bajo dominio español sin que este comandante saliera con una instrucción más precisa. Fue así que al mando de 2.500 hombres y una gran flota capturó Jamaica. Está claro que los objetivos de primera instancia eran Cuba o Puerto Rico, con el fin de cortar la ruta de los buques españoles, pero la toma de Jamaica dio confianza a los ingleses, que se lanzaron en busca de más territorios, aunque fueron milagrosamente rechazados en diversas oportunidades.

Las hostilidades entre España e Inglaterra -aunque nunca, ni siquiera antes del ataque a Jamaica habían sido declaradas formalmente- cesaron en 1660, cuando Carlos II accedió al trono británico en forma efectiva (desde 1649 era titular nominal del trono). Sin embargo, dos años más tarde fuerzas inglesas incursionaron contra Santiago de Cuba saqueándola, lo que suscitó las protestas de España y, aunque el gobierno británico ordenó a la colonia jamaiquina abstenerse de tales acciones en el futuro, las órdenes subsiguienes fueron bastante ambiguas, y no se retiraron las patentes a los corsarios que operaban en aquella zona.

Por último, además de la escasez de medios para defenderse, España sufría la desventaja de que sus naves no eran lo suficientemente rápidas como para perseguir a las de los corsarios y, aún cuando pudieran darles alcance, estaban generalmente en desventaja respecto de la capacidad de armamento y fuego.

Fuente: Haring, Clarence. Comercio y navegación entre España y las Indias, Cap. X. Corsarios Luteranos. FCE, 1999